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Revista Contexto

Carentes estructurales

Carentes estructurales

La casita es modesta y demasiado pequeña para los siete niños y su madre. Es de tabla, pintada de blanca, a la cal. El calor, que ese día superó los 36 grados, se siente con más fuerza en el interior; no hay agua potable ni luz eléctrica, pero tampoco hay algo para comer.

Esa casa chiquita para sus ocho ocupantes es, paradojas de la vida, extremadamente grande para los sueños, oportunidades y, peor aún, para el futuro de quienes pasan sus días en un hogar que no logra contenerlos.

A un costado de una intransitable calle de tierra, cinco hermanitos juegan con los jueguetes que pueden tener: pedazos de madera, latas viejas y un par de bolitas. Sonríen, se divierten, mientras esperan la hora para ir al comedor comunitario donde les espera, como hace diez días, sólo un plato de poroto, hervido con algunas verduras. Adentro de la casa, los dos hermanitos más chicos no saben si tendrán siquiera esa oportunidad: están desnutridos, o con bajo peso, según definirá un lenguaje técnico que permitirá eludir responsabilidades.

Marilín y Ezequiel son los más pequeños de nueve hermanos, pero dos de ellos ya no están bajo el mismo techo porque fueron tocados por la buena fortuna y pasan sus días en dos hogares, distintos, que tiene una organización no gubernamental que brinda asistencia a niños de familias sin recursos.

Ezequiel tiene veinte meses de edad y Marilín, ocho. Tienen el cuerpo menudo y los ojos saltones; son tímidos, pero curiosos. Pasan la mayor parte del día acostados en una de las dos habitaciones de esa casa pequeña, donde el calor de afuera se siente con más fuerza. Una cocina a leña calienta aún más el ambiente mientras hierve el agua para preparar la leche, el único alimento que conocen los dos pequeños.

 

Claudia, abandonada 

Claudia tiene 30 años. Es la madre de los nueve niños. Está desocupada y no tiene noticias del padre de sus hijos, desde hace meses. Su vida matrimonial estuvo signada por el maltrato, la violencia y el alcoholismo y aún así no sabe todavía si es mejor estar sola, o con él, para dar de comer a los niños.

Hoy sobrevive gracias a la ayuda que le brinda el Centro Integral de Rehabilitación Social Argentino (Cirsa), la misma ONG que se hizo cargo de los otros dos hijos que no viven con ella. El mayor, de 16 años, está en Buenos Aires, y otro, en el hogar materno infantil Luz de Luna, a pocos metros de su casa.

Claudia y cinco de sus hijos se alimentan en los comedores comunitarios y los dos más chicos, Marilín y Ezequiel, con signos visibles de desnutrición, sólo toman leche, gracias a la ayuda de la ONG vecina, que tampoco da abasto para cubrir las necesidades de sus propios internos.

Detrás de la casa pequeña, de tablas raídas y techo de cartón, crecen varias plantas de maíz y de zapallos que Claudia plantó para mitigar el hambre de la familia, pero todavía no dieron su fruto.

Según la mamá, el más afectado es Ezequiel. Tiene frecuente convulsiones. Hace seis meses se enfermó de gravedad y debieron trasladarlo de urgencia a Posadas. Para ello, una vez más recurrieron a la solidaridad, esta vez para pagar la nafta de la ambulancia. Las encargadas del hogar Luz de Luna pidieron prestado veinte pesos a la Gendarmería de San Ignacio, ya que siempre colaboran, y pudieron trasladar al niño a Posadas.

Pero el problema continúa, "porque el nene tiene que alimentarse y sólo toma leche; él nació bien pero al sexto mes comenzó a enfermarse; el médico me dice que tengo que darle de comer, pero la comida del comedor es para gente grande y yo no tengo posibilidades de darle otra cosa, mucho menos la comida especial", se excusa Claudia.

La casita es modesta y demasiado pequeña para los siete niños y su madre. Es de tabla, pintada de blanca, a la cal. Al lado de la puerta de entrada, unas latas clavadas en la pared tienen algunas plantas. Afuera hace más de 36 grados, pero adentro, donde están Marilín y Ezequiel, el calor es mucho mayor; no hay luz eléctrica ni agua potable. Pero tampoco hay algo para comer.

 

 

 

La falta de educación, la carencia estructural

 

Es probable que el problema de Claudia no tenga relación directa con la crisis que afecta a todo el país. Viene de otro contexto y refleja la realidad de otros miles de misioneros (y otros tantos más argentinos), donde la situación cultural y social fue el disparador de la vida que hoy le toca en suerte.

Claudia tuvo a su primer hijo a los catorce años y desde entonces, durante 16 años, tuvo ocho niños más. Siempre fue pobre y tuvo una vida plagada de todo tipo de carencias, donde el factor económico fue quizás, uno de los menos importantes.

Todavía no había terminado de crecer cuando la vida le puso hijos a quienes debió educar. Terminó de madurar con las limitaciones lógicas que impone, en forma unilateral, su experiencia de vida. Lo más probable es que tampoco logre transmitir a sus propios hijos las herramientas necesarias para que la historia no se vuelva a repetir.

El hijo mayor ya está separado de la familia; uno de los hermanitos también; los dos más chicos están creciendo con deficiencias alimentarias; los otros cinco crecen en un hogar desmembrado, con todo tipo de carencias. Claudia sólo tiene 30 años y repetir aspectos de su vida desgraciada es, a esta altura, redundante.

Nadie sabe con certeza qué pasará en el devenir de los años con cada uno de los protagonistas de esta historia, pero el desenlace es predecible, más aún si nadie interviene en la medida en que debe intervenir.

Esta familia, todos, cada uno, como otros tantos misioneros en la misma situación, necesitan todo tipo de ayuda, sobre todo aquella que supere lo alimentario o lo material, más ayuda aún de la que puede proporcionar un Plan Jefe y Jefa de Hogar que algún voluntarioso les pueda conseguir.

 

Las necesidades básicas y las indispensables

 

La pobreza no debe ser sinónimo, en ningún lugar del mundo, de violencia, abusos o alcoholismo; mucho menos en Misiones, una provincia chica donde estas patologías pueden tratarse siempre y cuando haya voluntad de hacerlo, máxime cuando se pueden detectar con facilidad, para cortar la fatídica cadena.

Quizás, para algunas mujeres, pueda parecer normal que la violencia sea parte de la vida matrimonial; o que el alcoholismo sea una característica de hombres con determinados perfiles. Lo que no se concibe como aceptable es que desde los sectores con competencia en este tipo de problemática no sólo se conozca la situación sino que no se ponga la energía necesaria para revertirla. En definitiva, cómo seguir justificando la falta de educación integral de los sectores con más carencias. Es cierto que en cualquier gestión social primero hay que atender las necesidades básica (alimento, vestido y vivienda) pero sería un error quedarse durante décadas sólo en eso.

La pobreza tampoco puede ser sinónimo de hambre o de desnutrición, mucho menos, también, en una provincia donde cualquiera tira una semilla al suelo y crece. Y menos aún, mucho menos, cuando la mayoría de las personas de menores recursos no viven precisamente en departamentos, o en villas de emergencia rodeadas de asfalto, cemento o tierras improductivas. La gran mayoría de estas personas están asentadas en terrenos que pueden contener, cuando menos, una huerta familiar, en los casos en que no estén ubicados en municipios chicos o directamente en zonas rurales.

Si bien es cierto que en la huerta no está la solución de fondo, pero al menos ayudará a sortear la situación más crítica.

El Estado no es responsable de los casos particulares de violencia, de alcoholismo, de desnutrición, de marginalidad. Quizás Claudia tampoco sea la responsable de haber tenido nueve hijos a los que no puede educar ni alimentar. Su esposo, que finalmente la abandonó, puede que tampoco sea el responsable de su carácter violento y descomprometido.
Pero la responsabilidad de todos, de cada uno, está en aceptar como válidas todas y cada una de estas situaciones, y no hacer nada para revertirlo. Es decir, de no dimensionar el problema. En definitiva, de no educar.
(Nota publicada por Raúl Puentes en el diario El Territorio, en 2003).

“Le pedimos permiso al río... y le pedimos perdón”

“Le pedimos permiso al río... y le pedimos perdón”

Los expedicionarios de El Agua Manda, la travesía que unirá en dos kayack el nacimiento del río Uruguay –unión de los ríos Canoas y Pelotas en Brasil-, con Puerto Madero -en Buenos Aires-, pasaron tres días en el Moconá. Navegarán más de dos mil kilómetros durante casi tres meses para decirle “No“ a las papeleras. Hermann Feldkamp y los hermanos Juan Martín y Andrés Rivas, en un diálogo a fondo con Línea Capital, en el medio de la selva.

Parque Provincial Moconá (provincia de Misiones, Argentina). Llueve con fuerza en este rincón de Misiones y el calor afloja un poquito, pero sólo será por un rato. El Cucho, Adrián y El Flaco Hermann dan vueltas alrededor de una mesa y acomodan algunas cosas que hace minutos sacaron de los kayack para que no se mojen.

Trabajan en silencio, concentrados, repasando vaya a saber qué tramo de este Río de los Pájaros que recorren desde hace quince días, mientras un mate que sigue la ronda se detiene en una de esas manos que reman a favor de la vida.

Cuando el agua azota con fuerza, amenazando con llover por varias jornadas, Diego, el guardaparque, tranquiliza los ánimos: “en un rato para”, pronostica con sabiduría mientras continúa con su rutina, alterada desde el día anterior con la llegada de los tres entrerrianos que bajan el río Uruguay desde su nacimiento, en Machadinho –a unos 500 kilómetros de Florianópolis, la capital del estado de Santa Catarina-, en el límite de los estados de Santa Catarina y Río Grande do Sul, con la premisa de llegar a Puerto Madero, en Buenos Aires, dos mil kilómetros más adelante.

En la tarde del domingo 15 de enero y después de unos 550 kilómetros a remo cubiertos en dos semanas, los aventureros de esta historia llegaron a la Argentina, donde los recibió una serie de correderas que comienzan en la misma confluencia de los ríos Uruguay y Pepirí Guazú, que serpentea entre la mata verde de la Selva Paranaense que lleva por nombre, de un lado, Reserva de Biosfera Yabotí y del otro, Parque Estadual do Turvo.

Estaban ansiosos y temerosos. Los últimos cinco kilómetros entre la entrada a la Argentina y los saltos del Moconá –vocablo guaraní: el que todo lo traga– está repletos de correderas y hay piedras externas por todos lados. Tensos, por la presencia desconocida del Moconá un poco más abajo, se largaron esquivando y chocando piedras, nerviosos, expectantes, concentrados, mientras que un lobito de río se dejó descubrir y nadó con ellos un tramo, hasta que un dorado hizo un par de piruetas fuera del agua y fue el turno de las mojarritas, que escoltaron a los kayack por varios metros más, acá, en medio de este santuario natural donde habita el yaguareté y el pombero, el personaje místico de los cuentos y leyenda de la selva misionera.

Un día después, descansan en el Parque Provincial Moconá, en Misiones, rodeados de jóvenes de todo el país que acampan en el lugar y que se maravillaron con esta historia. Preguntaron, se interiorizaron, se comprometieron y aseguraron que salían a difundir por donde los encuentre el destino, esta campaña que se realiza para decirle NO a las papeleras de Fray Bentos, Uruguay, pero desde la acción que implica salir a conocer el río en toda su extensión, a hermanarse con los pueblos que habitan sus costas y a recoger la voz de los que se mojan los pie a lo largo de toda la vida en este río maltratado que a su vez puede regalar los paisajes únicos que se descubren a su entrada al país, en torno a este obra magnífica de la naturaleza y detrás de cada curva, en su descenso hacia el Río de la Plata.

Las charlas con el río amenazado

-¿Cómo van esas charlas con el río?

-Tuvimos oportunidad de charlar y de escucharlo –irrumpió Adrián-. Tuvimos desde el comienzo una muy buena conexión con el río, que varias veces nos dio señales: desde el río calmo, un lago, a la salida, hasta la impresionante corredera que nos agarró un poco antes de la frontera con Argentina donde tumbó uno de los kayack... y a eso también lo entendimos como un mensaje del río, que te da señales constantes.

O que te presenta a los hermanos brasileños que nos recibieron y abrazaron de una manera increíble –completó Hermann-: eso también es parte del río y te da mucha fuerza para seguir.

Como toda la gente que se interesó por nuestra movida –agregó Cucho-, como los del MAVI que están resistiendo a una represa que quiere sitiar nuevamente al río... y bueno, ellos se interesaron en nosotros y nosotros en ellos.

-¿Qué vieron en Brasil durante esta bajada?

-Cucho: que el río es un caballo domado; está muy contaminado. Las aguas bajan turbias...

-Andrés: las dos represas del Uruguay produjeron un impacto muy importante. La de Machadinho, afectó muy mal al ambiente, no hay insectos; está toda la cadena alimenticia afectada; no hay pájaros..., el agua está estancada y se produjo un impacto social muy grande porque cuando la represa los indemnizó al inundarles las tierra, pusieron el dinero en el banco y como siempre sucede en estos países, hubo un problema económico de los que conocemos, y se descapitalizaron. Fue un fuerte impacto para ninguna regalía.

-Hermann: en la represa de Itá, en cambio, la gente está conforme y de acuerdo con la represa, porque les dio un estilo de vida bueno desde el punto de vista económico; reciben regalías, hay muchas obras, en esos casos es difícil que la gente se oponga a esas obras porque se ocuparon de darles tantas cosas que se vuelve difícil discernir...porque se repartió y se sigue repartiendo mucho dinero. De todas maneras, la gente que vivía y dependía del río no está conforme y perdieron todo, pero son minoría.

-Y el ambiente, ¿está bien o está muy comprometido?

-Andrés: mucho más abajo de la represa, el río retoma su forman natural; notamos que los morros hacia arriba de las represas está bastante intacto, a pesar que en algunos lugares el agua subió 130 metros y en otros, hasta 150 metros, pero la mata quedó intacta y cuando pasás la represa, agua abajo, los cerros están overos; hay un fuerte impacto por la cría de chanchos, por ejemplo, donde la mierda está, literalmente, en el agua.

-Hermann: los chanchos y el tabaco, un cultivo sumamente nocivo para la tierra y para el río; no hay una gran industria pero no se qué es peor, porque existe una serie innumerables de galones que si bien no son muy grandes, su sumatoria habla de un fuerte impacto en el ambiente.

- Cucho: se ven muchos pescadores que pescan con redes... a pesar de la veda, pero de todas maneras dicen que no tienen otra chance laboral porque el subsidio que les paga el Gobierno es bajísimo. En algunos lugares como en Chapecó hay una discusión muy fuerte entre reforestar con pino y eucalipto o con flora autóctona. El secretario de Ambiente de Chapecó quiere reforestar con autóctona pero la propuesta de las empresas es siempre el monocultivo intensivo de pino y eucalipto. Primero vinieron y plantaron grandes extensiones y ahora tiene la excusa para poner las papeleras: es irrisorio pensar que el estado les da crédito para esa industria pero no para otros emprendimientos productivos.

“Bienvenida sea esta aventura...”

Diego, otro Diego, no el guardaparques, está encantado con los relatos que escucha. Sus ojos siguen con atención todos los relatos desde hace un par de días. Va y viene con los expedicionarios cuando estos se meten a los trillos del fabuloso Parque Provincial Moconá para conocer la gruta, los gigantes de la selva misionera o los helechos arborescentes. Se prende en la ronda de mates, de cartas; escucha con tanta atención que su necesidad de aprender, sorprende. Es que el también emprendió una aventura cuando se largó desde Oberá, a dedo, a través de caminos de selva y obraje para llegar a los saltos y dormir a la vera del camino, en un alojamiento improvisado. Pero esto es otra cosa: la expedición que lleva por nombre El Agua Manda, que protagonizan los hermanos Juan Martín (Cucho) y Andrés Rivas y “el flaco” Hermann Feldkamp, si que es una aventura en serio, y cómo contagia.

Diego será esa noche el encargado de la cena, un guiso sustancioso y suculento para once, quizás quince seguidores que ya consiguió la expedición en este inhóspito lugar. Mientras tanto, la primera entrevista desde la entrada a la Argentina, no quiere terminar.

En la charla, Cucho, Andrés y El Flaco mencionarán varias veces la impresión que les causó el río represado allá donde nace el Uruguay; la decisión del amigo brasileño que tomó su embarcación y se largó aguas abajo, durante una semana, sumando las primeras manos que presagió Eduardo Galeano cuando los saludó ante la inminente partida: “En esas seis manos, muchas manos remarán. Bienvenida sea esta aventura. Que les vaya muy pero muy bien en esas charlas con el río amenazado. Mi abrazo, nuestro abrazo”, envió el escritor uruguayo -que volvería a ser leído-, seguro de las respuestas de los pobladores del río.

Contarán también, estos tres aventureros que hoy bajan el Uruguay en dos pequeñas embarcaciones y bronceadísimos de tantas horas expuestos al sol, que lo más complicado fue aprender a navegar en las correderas, desconocidas, en los botes que van muy cargados con el equipo de supervivencia que incluye una parrilla e incluía “una sartén de tamaño contundente que la perdimos en una corredera”.

El periodista que pregunta los ve cómodo, dispuestos, contentos. Están llevando adelante un sueño que imaginaron por muchos años y que nunca supieron bien de qué se iba a tratar. Aunque ahora, cuando el sueño ya está en marcha, la mirada ya está puesta en la próxima aventura.

Hubo respuestas fuertes y picardías, acá, en medio de lo más imponente de la selva misionera. Pero la charla parecía que recién comenzaba...

-¿Por qué estás haciendo esto, Cucho, porqué estás acá?

- (Silencio). Vi en esto una forma de manifestarme...; es un sentimiento que vengo acumulando desde hace muchos años... una necesidad de hacer algo grande para generar, contagiar. Un sentimiento que tal vez está escondido en el corazón de uno desde siempre..., esto de hacer el río a remo es una gloria para mi porque si bien siempre estuvimos cerca del río, navegando, ahora hay una acumulación de cosas que se fueron procesando por muchos años y se dio justo cuando Hermann y Andrés decidieron que yo forme parte de este grupo y me sumé con toda la fuerza y el espíritu que se puede poner para hacer esto.

-¿Qué pensás cuando remás? ¿Cómo son tus charlas íntimas con el río?

- (Otro silencio). Son muchas cosas las que se van generando; por ahí se va pensando en el próximo paso; en cómo piensa la gente, cómo vas conociendo de a poco la situación de la gente, la situación del río, una realidad que viene a mi y que nunca pensé que podía verla cara a cara.... Es darme cuenta que la gente piensa que no queda mucho por hacer pero cuando nos vieron a nosotros es como que eso los sacudió y se da cuenta que todavía hay mucho por hacer... y te acompañan...

-Y vos Andrés, ¿por qué estás hoy acá?

-Es un sueño de toda la vida recorrer el río, en mi caso particular hace un tiempo que lo vengo planeando, viendo los lugares y bueno..., se dio acá: pusimos fecha y largamos. Creo que hay que conocer el río, cuidarlo, con un profundo respeto tratar de alterarlo lo menos posible; hay que tratar que esa alteración sea lo menos posible. Creo que generamos un disparador de integración, para comenzar a conocer los problemas del río; si lo entendemos como un todo, más allá de la frontera, creo que ya comenzamos a cuidarlo, pero se necesitan acciones urgentes. A mi me moviliza la necesidad de hacer algo ya; estamos en un momento límite donde si no tomamos conciencia ya y hacemos algo ya y no emprendemos acciones, el río se nos muere en las manos y lo dejaremos morir en nombre de estos planes de desarrollo que atentan contra nuestras vida y contra la naturaleza.

-Y tus charlas íntimas, ¿cómo son?

-Muy íntimas. Soy, el del grupo, el que cada vez está más metido para adentro..., cuando llegamos a cualquier lugar ellos salen siempre, primero, a hablar con la gente; exteriorizan más pero yo me quedo un poco más encerrado, por un rato quizás. Todo esto es muy fuerte. En lo personal, hace un par de años estoy teniendo un vínculo, una conexión muy fuerte con el río, bastante fuerte; estoy viendo qué pasa y cada vez me gusta más vivir cerca del río que de la ciudad. Trato de interpretarlo, de saber cuales son sus signos; estuve toda la vida en el río y poder andar y escuchar a la gente que vive a lo largo del Uruguay..., (pausa) no te das una idea del significado que tiene para mi. Lo mío pasa por pedirle permiso y pedirle perdón..., por lo que estamos haciendo.

-Hermann, ¿por qué estás en esta expedición?

-Desde hace un par de años que quería hacer una expedición pero nos sabía dónde. Me sentí fuertemente conmovido con toda esta movida que surgió en Gualeguaychú a partir de las papeleras. Andrés fue uno de los que luchó desde el principio con este tema y en cierta forma sentí que era el momento y era el lugar, y era el río que me llamó a que sea este el río y este el momento, junto a los hermanos Rivas, estos compañeros increíbles. Yo estuve alejado de la lucha contra las papeleras al principio, pero sentí que el río me llamó y la forma de participar y colaborar era esta; estar acá..., pedirle permiso para pasar..., conocer a su gente..., a mis hermanos, a las personas que el río nos hermana porque vivimos en su costa.

-Y esas charlas íntimas, ese pedirle permiso, ¿cómo es?

-Voy muy atento, estoy muy pendiente de la próxima curva, nutriéndome de todo lo que me da pero el río; me tiene muy atento; empecé a leer el río, me marca el paso, me dice cómo y por dónde ir; lo aprendí a navegar en estos días, que nos permitió ir pasando... tengo una comunicación muy fuerte con el río..., lo voy leyendo.... yo...., esto... Todo esto me conmueve mucho...., y le doy para adelante.

“Ya cambió..., claro que cambió”

-Cucho, ¿este viajé te va a cambiar la vida o no es para tanto?

-Ya me cambió; esto recién comienza, restan muchísimos kilómetros para Buenos Aires pero seguramente se irá dando forma, dentro mío, “un algo” que todavía no se qué es pero que me marcará el camino a seguir.

-¿A vos Andrés?

-Esto a mime cambió hace cuatro meses cuando encaramos el viaje. Se que el cambio es profundo y espero que sea para bien, aunque eso no lo puedo saber... Sin dudas que ya cambió mucho... por adentro y por afuera.

-Hermann...

-Estos últimos 17 días de esta primera etapa a mi me cambió la vida; en mi caso, se que es para bien, porque me enseñó muchísimo y me permitió vivir una experiencia que nunca antes había vivido, al menos no de esta forma, con tanto compromiso, con tanta enseñanza. Claro que me cambió.

-¿Cómo es viajar con los hermanos Rivas, Hermann?

-Es sumamente agradable; esto es un equipo, se formó una amistad muy grande, un respeto impresionante; lo principal para que esta excursión esté funcionando como está funcionando es porque viajo con dos grande amigos, sin dudas.

-Andrés, ¿cómo viajás vos con tu hermano y con El Flaco?

-Muy bien; el éxito que tuvimos hasta ahora tiene que ver con lo que logramos con el grupo; una de las cosas más difíciles de manejar son las ansiedades, porque todos pasamos por esos momentos, pero son pequeños momentos de crisis que no hacen crisis en el grupo. Hasta ahora la pasamos muy bien, nos divertimos mucho y creo que eso es lo que pudimos contagiar hacia afuera, que se nota en la recepción que tenemos de la gente.

-Cucho...

-Se viaja muy bien; estamos poniendo una fuerza de voluntad increíble, mucho respeto, muchísima tolerancia; las cosas funcionan como esperábamos y con mucha amistad de por medio. Nos acabamos de marcar para toda la vidas, juntos.

-Supongo que también hay algunos miedos... ¿por dónde pasan los miedos, para ustedes?

-Andrés: Yo tengo muchos miedos pero desde que dimos la primera palada ya sabíamos que esto llega a buen puerto; teníamos mucho miedo con el tema de las correderas, cómo se comportarían los botes en las correderas; teníamos miedo a los insectos, a los animales, a las víboras pero por ahora fueron cosas que no nos detuvieron; tenía miedo de la recepción de la gente; yo le tenía mucho miedo al Moconá, lo llevamos con mucha prudencia y salió todo bien. Pero a partir de lo que pude ver, ahora tengo miedo por el río, está mal, muy amenazado y temo que sea peor.

-Hermann: yo tenía miedo del tipo de gente que podía vivir a la vera del río en Brasil, un lugar totalmente desconocido para mi; también tenía miedo a cómo se iba a comportar el río, pero todos esos miedos se fueron diluyendo en esta primera etapa.

-Cucho: en cuanto a la expedición, mi único miedo era al fracaso, pero agarramos una confianza impresionante como grupo y en lo personal también, porque no sabía cómo se iba a comportar el cuerpo, por ejemplo, y se está portando muy bien, más allá de algunos calambres o cosas pasajeras. Mi mayor miedo pasa por la vida del río. Nosotros estamos de paso pero el río tiene que seguir su curso natural, y el miedo es a lo que puede llegar a pasar.

-Y las emociones, ¿por dónde pasan en un viaje como este?

-Cucho: Por todos lados, todos los días, todo el tiempo. Es una emoción tras otra...

-Hermann: Yo me emociono mucho... todo lo que estoy contando me emociona y cuando me doy cuenta que me pasa a mi, me pone muy sensible y bueno..., estoy cada vez mas sensible con todo esto....

-Andrés: A uno lo emociona mucho las respuestas de la gente, tanto en Brasil como en nuestros pagos, todos los que reman con nosotros. Vivimos muchos momentos mágicos, místicos; por ahí pasamos una corredera y sentís que se te acelera el corazón, que liberás tensiones, que todo salió bien y se liberan tantas energías que termina en una emoción. Hubo amaneceres y atardeceres en el río que son muy especiales; cuando se forma una tormenta y descubrís los colores que se forman en el cielo es muy especial..., son todas cosas que te emocionan muchísimo. Ayer, al llegar al Moconá, fue impresionante: veníamos casi llegando y apareció un lobito de río que estaba navegando a nuestro lado, saltó un dorado al lado del kayack y te juro que nos dio la sensación de que hasta las mojarritas celebraban nuestras llegadas. ¿Ves cómo uno se pone sensible? (risas). Cuando salimos vimos una coral y después carpinchos; pero en todo el trayecto del río no vimos nada; entonces de repente, ver la naturaleza como está acá, es impresionante. La entrada del Uruguay a la Argentina es realmente majestuosa; acá no hay tabaco, está la mata, está protegida y no se ve el paisaje tétrico que producen las represas. La llegada fue emocionante, queríamos llegar y veníamos esquivando piedras... chocando piedras... muchísimas piedras, y de pronto, esa recepción de la naturaleza es impresionante... muchísima ansiedad... y ahí estaba la señal de que nos estaban esperando, la remera de El Agua Manda colgada en una caña, en el medio de este paraíso increíble.

El día después...

Cuando vieron la remera, culminó la primera etapa del viaje. Estaban ya en la Argentina. Disfrutaron del Parque Provincial Moconá y lo transpusieron primero por tierra, a través de la Reserva de Biósfera Yabotí, para ir a recibir el abrazo que los padres de Juan Martín y Andrés les trajeron hasta El Soberbio, donde esperaron ansiosos la llegada de los tres hijos pródigos que ya no parió Entre Ríos, sino todos y cada uno de los pueblos que mojan sus costas con el agua del Uruguay, el río manso y el río bravo, el Río de los Pájaros.

Llueve con fuerza en este rincón de Misiones y el calor afloja un poquito, pero sólo será por un rato. El Cucho, Adrián y El Flaco Hermann dan vueltas alrededor de una mesa y acomodan algunas cosas que hace minutos sacaron de los kayack para que no se mojen. Entre ellas, un libro que los acompaña en este viaje.

El periodista lo tomó con una sonrisa y abrió una de las primeras páginas, donde releyó un pasaje olvidado: “Es América Latina, la región de las venas abiertas. Desde el descubrimiento hasta nuestros días, todo se ha trasmutado siempre en capital europeo o, más tarde, norteamericano, y como tal se ha acumulado y se acumula en los lejanos centros de poder. Todo: la tierra, sus frutos y sus profundidades ricas en minerales, los hombres y su capacidad de trabajo y de consumo, los recursos naturales y los recursos humanos. El modo de producción y la estructura de clases de cada lugar han sido sucesivamente determinados, desde fuera, por su incorporación al engranaje universal del capitalismo. A cada cual se le ha asignado una función, siempre en beneficio del desarrollo de la metrópoli extranjera de turno, y se ha hecho infinita la cadena de las dependencias sucesivas, que tiene mucho más de dos eslabones, y que por cierto también comprende, dentro de América Latina, la opresión de los países pequeños por sus vecinos mayores y, fronteras adentro de cada país, la explotación que las grandes ciudades y los puertos ejercen sobre sus fuentes internas de víveres y mano de obra. (Hace cuatro siglos, ya habían nacido dieciséis de las veinte ciudades latinoamericanas más pobladas de la actualidad)”.

Hay otras charlas y otros mates pendientes, por ahora después que lleguen a Puerto Maderos y el próximo..., por ahí, a la vuelta de algún recodo de otro río amenazado, cuando el agua mande.

Por fin juntos, después de 30 años

Por fin juntos, después de 30 años

Marie France y Rodolfo eligieron Misiones para vivir la historia de amor

Ella es de francia y él, de Buenos Aires. Se conocieron hace 40 años pero estuvieron separados más de tres décadas. Cuando ella creyó morir, emprendió su búsqueda a través de internet y lo encontró. En medio de tanto amor, creyeron que Misiones era el mejor lugar para vivir, y acá están

Posadas. Marie France y Rodolfo son los protagonistas de una historia de amor que comenzó hace casi cuarenta años, en Buenos Aires, cuando ella llegó a la Argentina con sólo quince años, desde su Francia natal y junto a sus padres que vinieron por trabajo. El, con sus 18 años de edad, había organizado con unos amigos un ateneo en la famosa Escuela Panamericana de Arte. Y ahí se vieron por primera vez.
Después de las idas y venidas, la vida siguió su curso y los mantuvo perdidos por más de treinta años, aunque ambos aseguran que nunca dejaron de pensar en el otro. Ella en Francia y él en Argentina. Ambos con sus matrimonios y sus hijos, con sus realidades, con sus historias y con un amor perdido en el que, a final de cuentas, pusieron toda su expectativa y nunca lo dejaron partir, con la esperanza intacta.
“Me emociona mucho recordar esto…”, dice Marie France mientras se seca un par de lágrimas, las únicas que aparecieron mientras repasaba toda su historia, sentada en la galería de una casa de campo en Apóstoles, una noche calurosa de verano. A su lado, Rodolfo escucha con atención y cuando ella calla, embargada por la emoción, el retoma el relato. Juntos, acaban de contar una historia de amor, una historia de vida: la historia que les pertenece a ambos y que en Francia está publicada en un libro que cuenta otros relatos de amores y que le valió, por su particularidad, artículos en varias revistas de actualidad en aquel país.
Esta es la historia. Marie France con quince años y Rodolfo con 18 comenzaron un noviazgo en Buenos Aires, en 1966, con reticencia del padre y la complicidad de la madre de ella. Y se enamoraron.
La situación se complicó cuando la familia debió volver a Francia, pero arrancaron en secreto la promesa de Rodolfo de no interponer trabas para que ella regresara a su país natal. Marie France se quiso quedar y su padre se opuso: es que los jóvenes enamorados eran aun muy chicos. “Fue muy duro; yo volvía en tren hacia Constitución, llorando, era desesperante. Y para agregarle dramatismo, el padre había decidido volver en barco, así que ahí estábamos, como en las películas, despidiendo a mi amada, esperando que se alejara del puerto, lento…, triste…, dramático: era una despedida real”.
En aquellos años, la comunicación telefónica con Francia era a través de operadoras, que disponían de un turno para hablar: “te decían el día y la hora, no podías llamar vos cuando querías y el correo…, bueno, quizás era el mismo desastre que es hoy… (risas). Las cartas se perdían, se cruzaban, por ahí llegaban tres cartas juntas y otras no se recibían nunca”. En ese contexto trataron de mantener un amor a distancia. Mientras tanto, Rodolfo hizo el servicio militar y salió tan deprimido que sus padres le ofrecieron el viaje a Francia. Y hacia allá marchó.

El primer reencuentro
Corría el año 1970. Marie France todavía era menor y a su padre no le pareció oportuno aquel viaje. Pero Rodolfo llegó y trató de traerla consigo. Fue imposible. Cuando debió volver, lo hizo a través de Londres y Brasil, pero desde Londres decidió volver una vez más a París, a buscar a su amada, en un nuevo intento infructuoso. Pero el viaje sirvió para conseguir de ella y su familia, la promesa y el avala para que la jovencita lo visitara durante ese año, en Buenos Aires. Pero el viaje se vio frustrado por el casamiento repentino de uno de los hermanos de Marie France, que resintió la economía familiar.
“Yo traté de explicarle por carta, pero él se enojó, no entendió. Se puso como loco y la relación terminó. Traté de hacerle entender que yo estaba trabajando y juntando dinero para viajar, pero era menor de edad, no podía hacerlo sola y si eso fuera poco, se juntó todo: las cartas no llegaban, se cruzaban. Mi padre retenía algunas de ellas. La comunicación se cortó. En 1972, cuando tenía la edad para viajar, volví a llamar y hablé con el padre de Rodolfo, quien me dijo que la Argentina pasaba por una situación política complicada, que no era el momento. Pero yo quería venir y le pedí que le dijera a Rodolfo que se pusiera en contacto, que me llamara, pero nunca me llamó. En realidad, en ese momento Rodolfo estaba casado, tenía un hijo y su padre decidió no decirle nada”.
Entonces ambos hicieron su vida: se casaron y tuvieron hijos; ambos hablaron a sus parejas de aquel amor perdido y se aventuraron a decirles que si aparecía, ella o él, retomarían aquella relación trunca. Pero en 30 años nada sucedió.
Marie France pasó por dos matrimonios. Cuando finalizaba la década del 90, le detectaron una enfermedad terminal y eso la sacudió al punto que no se quiso morir sin saber qué había sido de la vida de Rodolfo. Usó los medios a su alcance: hizo un curso de computación para saber cómo manejarse en Internet, recorrió los directorios, armó listas, organizó cadenas de búsquedas, escribió a cuanto correo electrónico tuviera el nombre de Rodolfo y la suerte la cruzó con un joven chileno, con ese nombre, que decidió ayudarla conmovido por la historia, deseoso de que esa hubiera podido ser la historia de su padre.
El hermano de este joven vivía en Buenos Aires y se sumó a la búsqueda. Recorría las guías de teléfono y finalmente deciden comprar las guías interactivas, las de los CD. El chileno Rodolfo envió el contenido, millones de nombres, a través de Internet, a los que Marie France, muy risueña, cuenta que imprimía las listas, una tras otras, y las revisaba, con la ayuda de su hijo mayor, Guillaume. “Imaginate lo que es buscar en esas guías…, y yo las imprimía… (risas)”.

La llamada
Después de pasar por la guía de Capital Federal y de la provincia de Buenos Aires y de varias llamadas infructuosas, “creí encontrarlo. Tuve el teléfono varios días y no me animaba a hablar, pensaba si se acordaría, qué iba a pensar; lo peor sería que no se acuerde. Y llamé”. Rodolfo estaba solo en su casa de Buenos Aires, pensando en la separación que había acordado con su esposa para después del inminente casamiento de uno de sus hijos. El teléfono sonó. “Me dicen que buscaban a un viejo amigo. Yo la dejé hablar hasta que la interrumpí: si Marie France, soy yo”. Era octubre de 1999.
La historia siguió a través de Internet. En febrero de 2000, Marie France vino a la Argentina para reencontrarse con Rodolfo, consciente, como asegura, que su enfermedad terminal, que no fue tal, le salvó la vida.

El reencuentro
El aeropuerto de Ezeiza fue el lugar del reencuentro, más de treinta años después. El vuelo llegó con varias horas de retraso y como si fuera poco, la hicieron salir por otra puerta. Ella acomodó sus cosas y se dispuso a hablar por teléfono cuando alguien le apoya una mano en el hombre y dice: “como siempre, me hacés esperar”. Se dio vuelta y comprendió que el tiempo no había pasado.
Marie France Eloudy y Rodolfo Aníbal Landa viven en Apóstoles. Decidieron quedarse acá después que visitaron a un amigo que les propuso que se radicaran en la tierra colorada. Se enamoraron del lugar y por ahora no piensan en irse de Misiones.
El tiene dos hijos de su matrimonio, con quienes a partir de esta historia, no tiene buena relación; ella, tres hijos de dos matrimonios anteriores. Un libro en Francia cuenta su historia y un guión cinematográfico con los detalles de esta historia está en proceso.
Para ella, es una historia con final feliz. Para él, la historia en si misma “no tiene nada de lindo; nunca estuvimos satisfechos con nuestras relaciones y sin querer, lastimamos a mucha gente. Aún lastimamos a nuestros hijos y encima, como si fuera poco, no tenemos hijos en común; es una historia dura, con momentos críticos en el antes y en el después. En el momento de separarnos y de encontrarnos, es como que la vida te pega un cachetazo y te hace dar cuenta de todo lo que te pediste, y toda la gente que lastimaste, y yo siento responsabilidad con respecto a esto. Estamos haciendo lo que debimos hacer hace 30 años, pero con problemas de adultos, como mi separación, mis hijos”.
Ella se define como más positiva. “El piensa en lo que no fue, en el hijo que no tendremos nunca, en los 30 años que perdimos, en la vida que se va. Yo tengo otra mirada; agradezco a Dios y al destino que las cosas hayan sido posibles; cuando estaba enferma decía que no quiero morir sin saber… (a Marie France se le quiebra la voz). Estoy muy feliz de que haya pasado; valoro lo que tengo, muchísimo…. y esto me emociona mucho”. Hay lágrimas de felicidad en su rostro.

Arandú Caraí

Porque quiere, escribe en guaraní

Ahora sabemos que cuando lo veíamos pasar, abstraído, el paraguayo Carlos Martínez Gamba iba acunando los versos en guaraní que le valieron el Premio Nacional de Literatura de su país y el merecido reconocimiento a su escritura en la lengua madre de esta tierra. El sabio señor (arandú caraí) adoptó a Puerto Rico como suya, la ciudad que le dio descendencia.

Por Kevin Morawicki

Después de recibir el Premio Nacional de Literatura en Paraguay, su país natal, el escritor Carlos Martínez Gamba continúa desarrollando su obra en Puerto Rico. Desde su oficina de la avenida San Martín, habló con Contexto sobre cómo vive después del premio, sus 30 años de permanencia en esta ciudad, el camino que recorrió para que el guaraní reciba el mismo tratamiento literario que el castellano. Acá vive el Arandu caraí (del guaraní: sabio señor), el hombre que sabe y escribe.
Carlos Martínez Gamba está considerado como el fundador de la literatura guaraní. No sólo es autor del primer libro de cuentos en guaraní sino que además es quien concibe por primera vez una publicación sistemática de textos en guaraní, una hazaña que nadie logró hasta el momento. El Congreso de la Nación de Paraguay le otorgó, en diciembre de 2003, el Premio Nacional de Literartura, galardón que por primera vez condecoró una obra en guaraní.
Su libro Crónicas rimadas de las batallas de la Guerra Grande es la narración en 16 mil versos de la guerra de la Triple Alianza. Como señaló un intelectual paraguayo, este libro está destinado a ser la Ilíada de la literatura guaraní.

-¿Cómo son las cosas ahora que es Premio Nacional de Literatura?
-En realidad bastante similares porque como vivo fuera del Paraguay, eso me tiene un poco alejado del mundillo literario del país. Sigo con el ritmo habitual, tal vez con más entusiasmo. Hay un reconocimiento hacia lo que uno hace y es importante, sobre todo pera emprender otros trabajos o ir trabajando en los actuales, de tal manera que no haya mayores inconvenientes en el momento de publicarlos.

-El premio, ¿abrió algunas puertas?
-No sé todavía. Ahora estoy haciendo un vocabulario castellano-mbya. Y bueno, yo no lo podré hacer sin una ayuda económica. Hay en el mundo organizaciones que se dedican a la preservación de idiomas en América Latina. Yo quisiera ver una de esas organizaciones, aunque todavía no empecé porque no tengo manera de tomar contacto con esa gente. Quisiera ver si el premio me ayuda como carta de presentación. Además tengo escrito dos libros sobre oratura mbya-guaraní y quiero hacer ese trabajo si es que están dispuestos a subvencionarme.

-¿Qué lo llevó a escribir sólo en Guaraní?
-Y... seguramente en el exilio sale la determinación de escribir en guaraní, como una forma de estar permanente con las cosas de la tierra natal. No podía regresar pero ésa era una forma de hacerlo. El idioma guaraní es un idioma que siempre les gustó a los intelectuales, pero no escribían en guaraní, se daba esa contradicción. Hablaban el idioma pero al momento de escribir el gran problema que se planteaban era cómo llevar esa versatilidad del idioma guaraní y sus giros al castellano, que era el gran mérito de Roa Bastos. Además, tiempo después surge el pensamiento y la clarificación de preguntarme: ¿Por qué no? ¿Por qué no la literatura en guaraní? Así fue.

-¿Cómo surje la idea de contar la guerra en versos?
-Ya en una etapa más madura me pregunto por qué no tenemos una epopeya escrita en guaraní, si el tema de esa guerra tan famosa estaba ahí a la vista. Y entonces empiezo a escribir, batalla tras batalla, sin orden preciso. Inclusive esto no nace con la idea de escribirlas sistemáticamente, sino que yo simplemente tomé una batalla muy famosa y comencé a narrarla en versos. Después, al tiempo, seguí con otros, así a lo largo de doce años y de 16 mil versos. Había tiempo en que no escribía nada y tiempos en los que escribía cinco o seis combates. Pero no hubo una planificación sistemática.

-¿Cómo fue el trabajo de investigación sobre la guerra?
-La guerra como tema siempre me interesó. Porque mi papá tenía libros con datos de la guerra contra la Triple Alianza, pero por supuesto que para escribir tuve volver a leerlos, sacar datos de distintos autores, inclusive de historiadores argentinos y brasileros. De ahí pude reconstruir no sólo las peleas sino los entretelones: los uniformes, los aliados que tocaban paso doble, los jinetes correntinos que se vestían de rojo...

-Más que nunca, en el caso de la épica (de la poesía que refiere a sucesos histórico) se produce un cruce fundamental entre literatura y realidad. ¿Cómo es este proceso de hacer que la literatura en guaraní cuente hechos históricos?
-Sobre la guerra del 70 se escribió mucho, hay mucho material, al menos desde la histografía. Aparcieron algunas novelas, más o menos malas. Muy pocas buenas. Todo ese material histórico sirve para la crónica rimada, dentro del cual el poeta, con mayor o menor éxito, trata de introducir la poesía, trata de forjar las imágenes, que por lo demás hay mucha tradición en occidente de batallas y de epopeyas, empezando por los griegos antiguos.

-Y en este proceso, ¿fue necesario hacer muchos experimentos linguísticos con el guaraní para poder contar todo lo que sucedía en la guerra?
-Sí, se hizo, pero en menor escala. Poco. Algunas palabras en castellano que ya están incorporadas en el guaraní por lo tanto ya se considera como parte del idioma. Por ejemplo: Fusil siempre se dijo fusil en el Paraguay. Pero a veces en mi poema, por rima o por métrica, se inventa una palabra. En este caso, se pone una palabra en guaraní que todo el mundo sabe que significa un arma de hombro, o sea el fusil, y nadie encuentra extrañeza y se entiende sin problema. Otra situación es recuperar viejas palabras muy lindas que cayeron en desuso..., por ejemplo hay una palabra que es “morombí”, que era como se designaba al soldado extenuado y muerto de hambre que quedaba abandonado al borde del camino. Y que inclusive figura como nombre de localidades actuales, y por ahí ya nadie sabía qué quería decir. Y así varias cuestiones que tienen que ver con las características del guaraní.

-¿Mejorará la posibilidad de traducciones a partir del premio?
-Sí. No he recibido propuestas pero es probable que surjan. Este premio salió con recomendación de que se traduzca al castellano. Pero hasta ahora que yo sepa nadie se abocó a esto. Algunos editores están interesados en sacar ediciones bilingues, por ejemplo tomar cada combate y hacer un librito de cada uno con dibujos y hacer preguntas al final para los estudiantes. Esto se prodía hacer si yo estuviese allá. Pero por ahora sólo aparezco de vez en cuando.

-¿Tiene en capilla alguna publicación?
-Sí, sí. Tengo tres o cuatro libros para publicar, narrativa, poesía y traducción. Tengo una traducción de “Aladino y la lámpara maravillosa”. Están a la espera y considero que son buenos libros, lo que pasa es que no quisiera largar los libros sólo por el diez por ciento de ganancia. Me gustaría poder ganar más. Ese libro de la guerra tuvo en realidad dos premios: un premio del FONDEC quien puso la plata para imprimir: de mil ejemplares ellos se quedaron con 250 y yo con el resto, a diferencia de otros casos, que me dan 150 números de mil, y en realidad los editores hacen una tirada mayor que la acordada. Y esto es algo que no se les puede controlar. Es una explotación miserable.

Puerto Rico, cuna de la literatura guaraní

-¿Por qué vivir en Puerto Rico cuando se está tan vinculado a la cultura de otro país?
-En el fondo es una decisión mía. Uno dice siempre que no puede regresar porque los hijos y el trabajo están acá. En el Paraguay me preguntan: “¿Porqué no vienes?” Y tienen razón ellos, yo debería estar allá. La decisión final es que me hallo más acá, seguramente. Además no quiero cargar más con el esfuerzo de hacer una casa. Aquí estoy bien, esta ciudad es linda. Por otra parte, la soledad o la lejanía ya no existen, uno toma un teléfono y listo, por lo menos para el contacto con las personas. El contacto legítimo con el pueblo... bueno, eso es otras cosa, es algo que uno averigua con los que vienen de allá.

-Algunos opinan que Puerto Rico no trata bien a los que no son nativos: ¿cómo fue en su caso, que es paraguayo, a pesar de que hace más de 30 años que vive en esta ciudad?
-Siempre se me trató bien. Yo no siento las formas del racismo.

-¿Siempre fue así o esto es consecuencia de su prestigio como escritor?
-Tiene que ver con mi prestigio como escritor. En general, si uno es pobre puede que no le vaya bien, tenga la decendencia que tenga. Tal vez yo obtenga un buen trato porque ocupo una posición. No sé qué pasaría si yo no hubiera tenido estudio ni pretigio ni nada. Hay discriminación entre los argentinos ¿cómo no se va a discriminar a los brasileros y paraguayos?.

-¿Cómo ve la movida cultural en Puerto Rico?
-Comparado con otras localidades de Misiones y de Paraguay, es muy interesante. Lo importante es que existe una movida cultural. En Paraguay, en los pueblos, no existen movidas así. Y en muchas ciudades de Misiones tampoco. Acá siempre hay una exposición, la presentación de algún libro, está la Revista Cocú. Hay festivales de rock, aunque bueno, a mí el rock no me interesa para nada.

Temática "generalizada"

-¿Cuáles son las temáticas que abordan sus libros?
-En poesía, yo siempre tomé personajes o temas vinculados con el inconsciente colectivo. Como es el caso del infeliz que siempre le puede a los otros y termina casándose con la hija del rey. O el tema del tesoro escondido que es otros gran sueño del hombre. Cuando llegaba el ejército invasor de la Triple Alianza, la gente ocultaba sus libras y gananacias bajo la tierra. Estos hombres morían en la guerra y sus almas volvían al lugar en donde habían escondido sus tesoros, y se esforzaban para que alguien los desenterrara y mandara a hacer misas por el descanso de sus almas. Y la gente siempre quizo encontrar esos tesoros porque ahí estaba la ganancia de mucho tiempo de trabajo. Otro tema del exilio: en un trabajo que se llama “José Dolores Martínez” el tema aparece a partir de la imagen de una especie de ser errante que anda por ahí. Tengo otros libros donde aparece siempre la evocación de la patria chica. En otro libro se cultuva la temática del amor, una temática en la que escribí muy poco. Lo hice contanto amores desgraciados y cosas así, como si se tratara de una sola dama esquiva. Después tengo un libro sobre los pájarados llamado “El país de los pájaros”. En este caso son versos sobre las distintas aves del Paraguay, del mismo modo como lo hicieron Pablo Neruda o Leopoldo Lugones. También he escrito cantos de cuna. Es decir que bastante generalizado.

Corrientes tiene payé

Corrientes tiene payé

Brillo y embrujo eterno de los Esteros del Iberá, el humedal que alberga leyendas centenarias en una de las áreas biológicas más destacadas del país.

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Colonia Carlos Pellegrini, Corrientes. Bien bajita sonaba la música en una de estas calles de arena, "... donde la noche poriajú no tiene penas, porque se enciende un chamamé en cada estrella, Pueblero de Allá Ité...", desde un ranchito de barro, prolijo, pintado de blanco con cal.

La Colonia Carlos Pellegrini, acá en el medio de la provincia de Corrientes, rodeada de esteros y lagunas es un pintoresco poblado de gente tranquila, niños jugando en las calles y vecinos de a caballos, donde el saludo no se le niega a nadie, cabeceo mediante y con un arrastrado "bien, gracias a Dios. Y ´usté´?", como respuesta inmediata.

La mayoría de estas calles de arena terminan en la laguna Iberá, la segunda en extensión del humedal, donde viven también las especies en vías de extinción, como el perseguido aguará guazú (del guaraní: zorro grande), el venado de las pampas, el ciervo de los pantanos y el lobito de río (los cuatro, monumentos naturales provinciales), junto a infinidades de yacarés y tortugas; cigüeñas, garzas, caraos, gallaretas, patos; una avifauna de unas 300 especies en la que resalta el chajá y aguas adentro, tarariras, dorados, sábalos, bogas, rayas y el roedor más grande del mundo: el carpincho o capibara.

Los Esteros del Iberá y la Reserva Natural el Iberá, un amplio predio de entre trece mil y quince mil kilómetros cuadrados ocupa casi el quince por ciento de la superficie correntina. Es una de las áreas biológicas más importantes del país, donde posan sus ojos también varios científicos de todo el mundo, interesados en su riquísima biodiversidad que hoy convive en armonía con el ser humano.

Desde 1983, el área está protegida por una ley provincial, que creó la Reserva Natural sobre esta depresión geológica que más de un millón de hectáreas, que forma el enorme sistema de humedales con distintas variedad de especies vegetales y animales que cruza en diagonal a la provincia.

Este lugar único como refugio de vida silvestre es una de las reservas de agua dulce más importante del continente. En tamaño, los Esteros del Iberá son el segundo humedal de Sudamérica y uno de los más importantes del mundo; a su vez, es el área protegida más grande de la Argentina. Acá, la laguna Iberá es el epicentro de la Reserva.

La argentina criolla

Pan casero hecho con grasa, chipas de almidón de mandioca, mbaipï o kibebe, carne asada con cuero y a la estaca y una variedad de ensaladas con productos de la región son algunas de las ofertas para un almuerzo o cena a orillas de la laguna. Hombres y mujeres de todas las edades, en alpargatas azules y bombachas de campo son los encargados de rescatar la historia de la región, de servir la mesa y de responder a cada pregunta mientras el visitante curioso se deja llevar por el misterio que tiene este lugar, el embrujo natural del famoso "payé", que toma formas en las misteriosas siesta o en las inigualables noches de luna.

Hombres de campo, de hablar sencillo y disposición para el trabajo, los habitantes de la región van mostrando el último pantallazo de la argentina gauchesca, orgullosa de sus raíces matizada con cientos de palabras de la cultura guaraní, la voz casi oficial dentro de los esteros.

Las leyendas y misterio de la cultura guaraní predominan en estas tierras. Acá hay una energía especial que se extiende por estos campos y se cruza, cada tanto, con la fuerte raigambre católica cuya práctica termina en atractivo. Las capillas sencillas pero bien regionales demuestran la fe que profesa una población creyente, que se hace lugar también para sus guías y santos populares, que hablan el mismo idioma, como el Gauchito Gil o San la Muerte, entre tantos otros.

De los esteros, donde las leyendas toman forma y se reproducen en relatos que se pasan de padres a hijos, casi siempre en las fiestas familiares, saben que nacen cerca de la localidad de Ituzaingó, en proximidades de la ruta nacional 12 y que atraviesa en forma transversal, hacia el sureste, para desaguar a través del río Corriente.

Antes, un verdadero laberinto de riachos, lagunas, esteros y embalsados forman esta inmensa planicie verde donde las aguas siempre brillan. Quizás por eso tomó su nombre en guaraní: Iberá, aguas que brillan.

Este paraíso fue, por años, un lugar de caza furtiva de animales silvestres para vender sus pieles: así lograron acabar ya con el yaguareté, del que no quedan siquiera sus huesos, y presionaron sobre las poblaciones de lobitos de río, nutrias, carpinchos, yacarés y boas, que de casualidad lograron sobrevivir.

La mayoría de esos cazadores fueron convertido en guardafaunas, después de un intenso trabajo de reeducación y son ellos, hoy, los encargados de velar por la continuidad de los habitantes de este santuario natural.

Flotar en el paraíso

Máximo apagó el motor del bote y con la ayuda de un flotador, una larga tacuara, comenzó a movilizar con maestría a la embarcación, entre las plantas flotantes donde se destaca la flor del irupé. El silencio está ocupado en esta laguna sin orilla por el canto de cientos de aves que juegan entre los camalotes y las islas flotantes -embalsados- que van enmarañando este ya complicado laberinto; el sol pega de costado y resalta los miles de colores que se conjugan en medio de la laguna, justo cuando aparece a la vista de un grupo de turistas -que ni siquiera respira-, una ciervita de los pantanos que se deja fotografiar de frente, a menos de diez metros de la embarcación, mientras también observa con curiosidad a quienes la miran, excitados.

Después de un par de minutos que se mantuvo firme, expectante, demostró su confianza en las personas y les dio la espalda, para seguir pastando. "Es una hembrita joven...", explicó Máximo, el lanchero, antes de indicar hacia un costado, con el dedo extendido, señalando a un enorme yacaré que tomaba sol sin molestarse por la presencia de una cría de carpincho que olfateaba el aire con un pájaro posado sobre el lomo. Este es "el mejor ejemplo de convivencia que se puede dar acá", disparó el lugareño, desbordado de orgullo en medio de su querido Iberá.

Corrientes tiene payé

Durante la cena, en cualquiera de las posadas de la Colonia Carlos Pellegrini, la sobremesa será el momento para repasar las anécdotas y las impresiones de de una tarde increíble, donde la puesta de sol impactante aún brilla en la retina. En los breves silencios, el chamamecito siempre suena bajito "... nunca vayas a olvidar, que un día a este cantor, le has dicho llena de amor, sin ti no me podré hallar. Por eso quiero saber, si existe en tu pensamiento aquel puro sentimiento que me supiste tener...".

Y en la quietud de la noche, los relatos sobre los personajes de las leyendas de la zona se confunden con historias verdaderas, porque depende de quien las cuente, los fenómenos extraños, las luces misteriosas y lejanas y la presencia invisible de alguien que respira a tu lado son moneda corriente, y ellos, los protagonistas indiscutidos.

El folclore de la región supera a la música y los santos profanos están acá para proteger a quien se quiera encomendar a sus cuidados o conocer sus increíbles historias que siempre terminan recordando al Gauchito o a Santa Liberada, la que ampara a los prófugos de la justicia, sin muchas preguntas.

En la inmensidad de la noche, es probable que el pombero ronde las casas de paredes de barro, buscando caña y tabaco que los lugareños le dejan como muestra de cortesía y convivencia, y como trueque de protección. A pocos metros, acá cerquita, donde el agua brilla ahora por el reflejo de la luna como brilló durante el día por el reflejo de sol, hay islas que se mueven en forma constante empujadas por el viento, acá en el medio de la provincia, donde también crece el espinillo, un árbol de flores muy perfumadas, todo sobre un antiguo cauce y el lecho del río Paraná, hoy convertidos en una eficiente represa natural reguladora de agua.

Al cruzar el patio, del comedor a los cuartos, un lugareños silva y tararea el último chamamé de la jornada, el que define a este lugar... "... que lo digan los fantasmas, que el paisano llama infiel: el mboi tatá y el pombero, y aquel yasí yateré, cuyo silbo legendario, pareciéranos traer, un eco añejo que dice: ¡Corrientes tiene payé!".

Los humedales

Los humedales comprenden a una extensa variedad de ambientes donde el agua es el elemento común pero además, es el que determina la estructura y la función de la biodiversidad que habita en el lugar.

Esos complejos sistemas reciben agua de distintas manera pero en el Iberá, sólo son de las lluvias, ya que el agua subterránea ni ríos ni arroyos desaguan en sus lagunas. El Iberá se regula sólo, liberando agua a través del río Corriente.

Según los especialistas, "los humedales sustentan una importante diversidad biológica y en muchos casos constituyen hábitat críticos para especies que se encuentran amenazadas de extinción. Así mismo, dada su alta productividad, pueden albergar poblaciones de animales muy numerosas. Muchas especies están asociadas a los humedales ya sea en una etapa de su ciclo de vida, para nidificar, descansar o alimentarse", explica el técnico en Gestión Ambiental, Cristian Frers.

Las lagunas más importantes del sistema del Iberá son siete: Luna, con una superficie de 78 kilómetros cuadrados; Iberá, de 53 km2; Fernández, de 39,5 km2; Trim, de 21,4 km2; Disparo, de 18 km2; Medina, de 17,1 km2 y Galarza, de 15,5 km2.

 

Los fabulosos pueblos de la región florida

Son siete municipios los que conformaron la región de las flores, donde quieren trabajar en forma conjunta en aspectos que abarquen el desarrollo integral de la zona, más allá de los aspectos turísticos

Capioví y Ruiz de Montoya son dos comunas que definieron su perfil turístico en forma paralela a las actividades rurales que siempre le dieron sustento. Son parte, junto a otras cinco comunas donde también están Puerto Rico y Garuhapé, de la Región de las Flores, una microrregión que quiere trabajar en forma conjunta en aspectos que abarquen el desarrollo integral de la zona, más allá de los aspectos turísticos.
Capioví y Ruiz de Montoya se parecen. Abren, juntas, la mirorregión turística pero también comparten la tradición por el trabajo y el esfuerzo constante de miles de hijos nativas y de inmigrantes que le fueron dando forma al lugar que eligieron para vivir y del que se sienten orgullosos. Y no es para menos.
Sus calles guarda los sueños de los abuelos inmigrantes, suizos o alemanes, que llegaron un día a la tierra prometida, con sus valijas cargadas de sueños y sus herramientas de trabajo listas para comenzar a crecer, a echar raíces, en un lugar donde el agua y verde, siempre generosos, exagerados, se pierden detrás de lomadas y cuchillas, arroyos con saltos de agua y la posibilidad de realizar actividades de agroturismo en sus viejas casas de campo, hoy convertidas al agroturismo.
En la zona, apenas comienzan a llegar, el portal de acceso a la Región de las Flores en el municipio de Ruiz de Montoya, da la bienvenida. Los que entren a la localidad recorrerán un pueblo de gente solidaria, conocer y degustar los increíblemente sabrosos productos regionales y conocer, por ejemplo, la original construcción de la Iglesia Evangélica Suiza, El Sendero de la Vida y los tradicionales Saltos de Cuña Pirú.
Capioví dispondrá del almuerzo: las granjas Navidad, El Paraíso de Hilda y Oro Verde sorprenderán a propios y extraños con comidas regionales mientras se va planificando la visita al Parque Natural Salto Capioví, a su pequeño y pintoresco centro de visitantes que cuenta con exposición de artesanías, un sendero por el parque, camping (aunque haga frío).
La parroquia San Luis Gonzaga, una también pintoresca construcción está ubicada en el centro de la localidad y rodeada de un amplio parque. También se la puede observar desde la ruta, desde una loma en la ruta que conduce a Puerto Rico.

Por el camino de las canoas
Garuhapé, término guaraní que significa algo así como camino o sendero de las canoas, es otro de los paraísos de esta región, enmarcada en uno de sus extremos con el río Paraná, ese legendario curso de agua que no la delimita sino que le incorpora un extraordinario valor agregado.
Este municipio tiene el privilegio de contar con la Gruta India y un antiguo cementerio indígena; la Cueva del Yaguareté, un refugio de monte natural situado en cercanías del Paraná, que también cuenta con senderos y varios hoteles, hospedajes y parrilas y restaurantes en la zona, como los de Puerto Rico.
Entre los años 1960 y 1970, los memoriosos cuentan que Garuhapé tuvo su gran expansión: fue a partir de su declaración de Municipio, cuyas dependencias administrativas aún funcionan en la misma sede, la original. Después vino la construcción de la plaza central, porque todos los pueblos tienen una, que recibió el nombre de plaza 9 de Julio, una de las fechas más cara en la historia argentina. Ese lugar era un antiguo corral de ovejas. Las memorias de Carlos Hermann, un vecino y ex intendente, puestas en un portal de Internet, recuerda que con un gran acto y la presencia de toda la comunidad se inauguró el sistema lumínico. Se construyó el destacamento de Policía y la sala de primeros auxilios. El club de Caza y Pesca de Garuhapé se trasladó de su primera ubicación sobre el arroyo Garuhapé, a 200 metros de la desembocadura de este, a su ubicación actual, sobre la costa del Paraná. Y comenzó la construcción de accesos, paseos e instalaciones en el parque municipal Gruta India.
Quizás, el hecho mas relevante de esta década fue la construcción del bulevar sobre la ruta Nacional 12 durante la intendencia de Pablo Francisco Serdiuk. Este bulevar, hoy avenida central, distingue a Garuhapé de otros pueblos o ciudades de la provincia, por sus características.

Signo de pertenencia
Ay Puerto Rico. Bonito y controvertido, inquieto, Pujante. Florido. Tus calles orgullosas de pueblo en crecimiento guardan tantos miles de recuerdo de quienes pasaron por ellas. Hoy buscás un futuro turístico, perfilás el crecimiento para que la gurisada pueda, de una vez por todas, comenzar a volar, libres y con la formación sólida y cristiana que tanto orgullo te representa.
Hoy inmersa en la Región de las Flores, esa unidad política que conformaron junto a Ruiz de Montoya, Capioví, Garuhapé, El Alcázar, Caraguatay y Montecarlo, pueden alcanzar un desarrollo integral que con decisión y trabajo no estará lejano: ese consorcio turístico viene a promover la asociación y la cooperación entre las distintas públicas y privadas de la región, el acceso a medios de capacitación, promoción y fuentes de financiamiento para diversificar y ampliar la oferta turística de de Misiones, con el protagonismo de nuestros pueblos.
El objeto de loable: promover la asociación y cooperación entre las distintas entidades públicas y privadas de la región y gestionar y concretar en conjunto el acceso a medios de capacitación, promoción, fuentes de financiamiento y generar mediante el turismo la creación de fuentes de trabajo para los habitantes de los distintos municipios.
La creación de la microrregión tuvo sus orígenes en una iniciativa planteada por el Municipio de Capioví y que inmediatamente encontró eco favorable en las demás comunas involucradas, para avanzar en la constitución institucional de la misma y la integración de un Consejo de Administración.
La Región de las Flores ocupa una zona que se extiende al noroeste de la Provincia de Misiones, sobre la ribera oriental del Río Paraná y está delimitada geográficamente por el arroyo Cuña Pirú, hacia el sur y por el Municipio de Montecarlo hacia el norte.
Está ubicada estratégicamente ya que se encuentra a mitad a camino entre Posadas y Puerto Iguazú por la ruta Nacional 12 y permite un rápido acceso a la zona centro de la Provincia, por la Ruta Provincial 7.
Estos Municipios integrados en este proyecto poseen una identidad común debido a la acción de las mismas corrientes colonizadoras que les dieron origen hacia la segunda década del siglo XX, además se identifican en una fuerte tradición agrícola forestal y un enorme potencial turístico resumido en atractivos como los Saltos Capioví y Cuña Pirú, arroyos como el Garuhapé, Capioví o Paranaí, la Gruta India, la Isla Caraguatay y los numerosos lugares y paisajes que ofrece el Río Paraná a lo largo de sus ribera.
A ello se le debe agregar emprendimientos y lugares de interés como la casa del Che Guevara en Caraguatay, un laberinto vegetal en Montecarlo, la colonia Suiza en Ruiz de Montoya, la avenida Costanera en Puerto Rico y numerosos lugares recreativos y de servicio.
Y la increíble, laboriosa, espectacular idiosincrasia de nuestra gente.
Pero Puerto Rico sólo es un lugar para deleitarse. Ofrece siempre su policromía que fusiona la naturaleza con las creaciones del hombre, que se pueden observar desde su avenida Costanera y el club de Pesca, a orillas del Río Paraná; el vivero de plantas exóticas Edelweis; el pequeño parque que conforman los patios de la bellísima construcción de la iglesia San Alberto Magno y la Municipalidad local, junto a la plazoleta Del Colono. También está el museo Raíces o sus limpias y coloridas calles que suben y bajan mientras se retuercen caprichosas, en busca siempre de una mejor vista, para observar.
Y aunque falte tiempo, otro atractivo que se puede observar siempre a fin de año son las iluminaciones de las casas y comercios, que iluminan con los más variados diseños y constituyen un espectáculo en si mismo.
La próxima vez que quieras salir. Andá a Puerto Rico, recorré sus calles y cuando te canses, llegate hasta la Costanera o el club de Pesca y entonces vas a saber porqué aman tanto a su tierra. Es que no es para menos.

El “medio” de la nada

¿No hay debates o los docente no se interesan por los medios de comunicación?

Contexto celebró su primer año unos días antes del Día del Periodista, el año pasado. Sus doce meses de permanencia cosecharon críticas y adhesiones pero como medio no logró instalar siquiera un debate sobre la educación. “O los docentes son apáticos o no les interesa esta revista”, pensaron los periodistas después que una serie de artículos habló sobre la temática sin que nadie haya recogido el guante.

Los medios de comunicación ¿educan? Fueron necesarias varias horas de debate para tratar de llegar a una conclusión. Todos esperaban que después de tanta deliberación, propuestas y sugerencias, una idea plural y definitiva pudiera traer la respuesta que el grupo, a esa altura, anhelaba. Pero no. No llegó.
El ámbito de discusión tuvo lugar en una cabaña cercana a la gran Carpa Blanca de los docentes, aquella (la carpa) que por meses estuvo instalada frente al Congreso de la Nación mientras esperaban, en aquel momento, una respuesta que satisficiera tantos años de reclamo y de lucha por la reivindicación de una tarea que todos consideran indispensable pero que muy pocos estaban dispuestos a reconocer.
Esta vez el ámbito era otro. En esa carpa de lucha, ahora, los docentes argentinos trataban de delinear un nuevo proyecto de educación, esta vez también abarcativo e integrador pero con una gran novedad: que partiera de la relación del hombre con el ambiente, para lograr el desarrollo sustentable. Si, así como suena: que parta del ambiente, con el hombre integrado a él y que permita el desarrollo sustentable de la humanidad, o de América Latina, o quizás sólo de Argentina. Pero si se logra que al menos comience en un pequeño poblado, sería un paso enorme. Un logro. Una victoria.
Mientras los docentes trataban de definir ese proyecto, el grupo de periodistas abocado a la cobertura del encuentro e invitado a dictar un seminario, analizaba por enésima vez el contenido de su exposición del día siguiente. Frente a los docentes ya habían hablado las máximas autoridades educativas y ambientales del país y habían hecho lo propio, algunas de México, Colombia, Perú, Paraguay, Brasil.
La noche fría no aplacó el calor que produce la búsqueda de una idea. Una y otra vez las fundamentaciones, el conocimiento y el propio discurso que resume la formación de cada periodista se enriquecía o desvanecía con una nueva mirada, con un nuevo dato, con las opiniones. Se trataba de encontrar una respuesta a la pregunta que disparó un colega: los medios, ¿educan?
No hubo, esa noche, una respuesta oficial y no hubo acuerdo al día siguiente. No hubo coincidencias por edades, por regiones, por experiencias: no se podía responder con una verdad ni siquiera encuadrada (forzada, en realidad) por esas características.
Hubo, si se quiere decirlo de esta manera, dos posturas antagónicas: que no educan porque no es su papel, su metié, su función, su responsabilidad ni su razón de ser. Y que si, que educan, porque son formadores de opinión, porque influyen, porque muestran, porque construyen, con el recorte de la realidad que exponen, una nueva realidad que influye en la sociedad donde se desarrollan.
En el seminario, durante una peleada charla, los docentes sólo aceptaron como válida la segunda respuesta: prefirieron adherir a las opiniones de los periodistas que entienden que los medios de comunicación educan. En esa adhesión prevaleció la experiencia de los docentes como educadores y dijeron (se quejaron, en realidad) que en las aulas deben enfrentar la construcción hegemónica que hacen los medios de la realidad, la difusión de valores, de ideas, de estilos de vida. Y en consecuencia, reclamaron mayor responsabilidad “por parte de la prensa”.
Quienes pensaban que los medios educan quedaron conformes. Los que entienden que no, se quedaron alarmados porque sintieron que le cargaron sobre la espalda una responsabilidad que no tienen y que no quieren tener.
Para un par de docentes que, enojadas, lanzaron dardos cargados de reclamos, reproches y desaprobación, esa era la última oportunidad que le daba a la prensa para reivindicarse. Pretendía que el grupo de diez, doce, trabajadores de prensa actuara en nombre de los miles de colegas del país y que sentara al menos una posición al respecto: pero ellos, los docentes, debían coincidir con esa postura.
Entonces, más lejos todavía de una verdad consensuada, alguien pensó en el papel de la prensa como educador, frente a docentes mal pagos que entienden como “prensa” o periodismo, los montajes y las puestas en escenas comerciales, válidas y lícitas, que hacen los canales de televisión, casi siempre de la Capital nacional; o en la pobre propuesta provincial, más preocupada en vender la idea política del Poder de turno que en difundir, aunque más no sea, algo de información.
En ese contexto resultaba difícil, imposible, agotador, tratar de explicar que la televisión no es verídica sino comercial: que muestra lo que vende y que lo hace con un formato de show, fantástico, espectacular, sin pretender siquiera arrogarse la verdad. Pero el problema está en que la gran mayoría interpreta sin contemplar el valor agregado que le otorga la espectacularidad. Y ese es un problema de formación, de educación, de comprensión.
¡Bingo! Ante tanta confusión surgió una idea pero segundos después, el periodista no podía responder si su respuesta era el huevo o la gallina. Imparcial volvió a pensar que los docentes deberían leer más los diarios y revistas serios que existen en el país y la provincia, ya que el tratamiento de la información en los medios gráficos se ajusta con un poco más de rigor a los lineamientos de la ética periodística pero volvió a caer en la cuenta de otra realidad: no les alcanza para comprar los diarios y cuando los leen, sólo buscan la sección de policiales o de deportes, las que en definitiva, vuelven a ser parte del show, de la espectacularidad, de los puntos límites del ser humano y entonces anheló que los medios no asuman el papel de educador y se detuvo, dejó de pensar, cuando imaginó una comunidad educada por sus medios de comunicación.
Allá lejos, en un poblado de Misiones, los medios tratan de lograr un espacio ante la apatía de su público o la interpretación muchas veces antojadiza de lectores u oyentes que entienden que los periodistas en lugar de informar, se prestan a determinados juegos cuando la mayoría de las veces se limitan a contar que alguien hizo o no hizo, dijo o calló, protegió o despilfarró, sobre todo cuando se trata de actividades públicas que deben tratar de llegar al ciento por ciento de la población. Sino también está en su función y en su obligación denunciar, porque ese compromiso asumió pero de ahí, a pretender educar… quizás el lector tenga la respuesta.

“En defensa de la utopía”
En un recorte del artículo Defensa de la Utopía, del periodista y escritor Tomás Eloy Martínez, se puede leer:
“Hay que cuidar las formas, me repetía un jefe de redacción en el diario donde me inicié cuando era adolescente. Hay que conciliar, me decía, hay que entender el juego del Poder. Esa fue la primera enseñanza contra la cual me sublevé. Siempre he pensado (y éste es un tema para discutir largamente) que el periodismo no tiene sino dos formas que cuidar: la de su herramienta -el lenguaje-; y la de su ética, que no responde a otro interés que el de la verdad. No tiene por qué conciliar, con nada ni con nadie. Su misión es en eso idéntica a la del artista: revelar los abismos y las luces más secretos del hombre, agitar las aguas, estimular la imaginación, provocar el cambio, luchar sin sosiego para que las perezas y los conformismos que adormecen la inteligencia sean derribadas con el mismo estrépito liberador que hace tres milenios hizo caer las murallas de Jericó.
Si el periodista concilia, si transa con el Poder, si se vuelve cómplice de la mentira y de la injusticia, no sólo está traicionándose a sí mismo. Traiciona, sobre todo, la fe que el lector ha puesto en él, y con eso destroza el mejor argumento de su legitimidad y el único escudo de su fortaleza.
Entre la misión del artista y la del periodista hay, sin embargo, una diferencia esencial: la naturaleza del diálogo que cada uno de ellos establece con el público. Lo único que importa en el momento de la creación es la fidelidad del artista a lo que él es.
El periodista, en cambio, está obligado a pensar todo el tiempo en su lector, porque si no supiera cómo es ese lector, ¿de qué manera podría responder a sus preguntas? En el periodista, entonces, hay una alianza de fidelidades: fidelidad a la propia conciencia, fidelidad al lector y fidelidad a la verdad. El lector es siempre un factor mucho más activo y exigente de lo que algunos empresarios suelen suponer. A la avidez de conocimiento del lector no se la sacia con el escándalo sino con la investigación honesta, no se le aplaca con golpes de efecto sino con la narración de cada hecho dentro de su contexto y de sus antecedentes. Al lector no se lo distrae con fuegos de artificio o con denuncias estrepitosas que se desvanecen al día siguiente, sino que se lo respeta con la información precisa. Cada vez que un periodista arroja leña en el fuego fatuo del escándalo está apagando con cenizas el fuego genuino de la información. El periodismo no es un circo para exhibirse, sino un instrumento para pensar, para crear, para ayudar al hombre en su eterno combate por una vida más digna y menos injusta.
Porque, a semejanza del artista, el periodista es también un productor de pensamiento. En este fin de siglo (n de la r: artículo escrito a fines de la década del 90) neoliberal tan orgulloso de sus certezas, tan convencido de que ya hemos llegado al «fin de la historia», la cultura tiene la misión de ver la realidad como una enorme interrogación, como una perpetua duda, y de imaginar el futuro como una incesante utopía. El hombre se ha movido en las oscuridades de la historia a golpes de utopía, y la utopía es lo que ha permitido al hombre seguir teniendo fe en la historia.
Cuando más afuera de la historia parecemos, más sumidos estamos -sin embargo- en el corazón mismo de los grandes procesos de cambio. En tanto periodistas, en tanto intelectuales, nuestro papel, como siempre, es el de testigos. Somos testigos privilegiados. Por eso es tan importante conservar la calma y abrir los ojos: porque somos los sismógrafos de un temblor cuya fuerza viene de los pueblos.

Los laosianos necesitaron un cuarto de siglo para arraigarse en Misiones

Los laosianos necesitaron un cuarto de siglo para arraigarse en Misiones

Algunos son católicos pero la mayoría profesa el budismo

Hace 25 años llegaron a Misiones, huyendo de la guerra. Ni Argentina ni Naciones Unidas les cumplieron nunca las promesas de trabajo y bienestar. Lograron su espacio y hoy ya no quieren volver

Posadas. Laos está demasiado lejos y aquella guerra que llevó a cientos de familias refugiadas hacia una nación gobernada por una dictadura, la Argentina de 1979, es sólo un mal recuerdo.
Un cuarto de siglo, 25 años, pasó de aquel martes 19 de febrero de 1980 cuando un grupo de cien laosianos y camboyanos llegó a Posadas, en medio de promesas de paz, trabajo y progreso. A pesar de la intervención de las Naciones Unidas, el organismo internacional que coordinó la llegada de los
Refugiados, las promesas nunca se cumplieron. Una aparatosa publicidad oficial que los mostraba en una foto sumidos en la miseria y en la muerte, instaba a los misioneros a tenderles una mano. Los afiches rezaban por entonces: “Buscaron con el riesgo de sus vidas trabajo, paz y libertad. La Argentina les dará trabajo, paz y libertad”. Eran los años del proceso.

Muy solos, muy lejos
Apenas llegaron a Misiones, los laosianos comprendieron muy pronto que la guerra que los sacó de su país era lo único que habían sorteado. Y que estaban solos, en un país extraño, desconocido, lejano y que además los discriminaba.
Al principio fueron ubicados al lado del balneario El Brete de Posadas, en el predio de la Expoferia municipal, donde se quedaron (los dejaron) por años mientras otro grupo se asentó en proximidades del Parque de la Ciudad y formaron el barrio laosiano, donde unas veinte familias viven hasta hoy.
Al principio, llevaron a algunos a Wanda, a trabajar a una yerbatera, pero muy pronto desistieron de esa explotación. El peregrinar los ubicó después en distintas comunas de Misiones mientras los más jóvenes, a medida que iban creciendo, siguieron emigrando hacia las grandes ciudades de la Argentina, como Buenos Aires, en busca de trabajo y anonimato, ya que en al principio la tierra colorada los recibió pero los marginó: les puso encima un estigma con el que hoy bromean, pero que los marcó para siempre: a los misioneros se les ocurrió que los laosianos comían perros y comían personas y transformaron ese mito en una creencia popular. Todavía recuerdan molestos cuando las fuerzas de seguridad les revisaron la heladera, “casa por casa”, para comprobar si tenían congelada a una anciana que desapareció el día que se estrelló el avión de Austral en Posadas.

Con paciencia oriental
La llegada de los laosianos a Misiones fue una fiesta. El pueblo entero habló del tema y los domingos, el paseo familiar incluyó al predio donde estaban asentados, en torno al río, para ver cómo vivían y alimentar los mitos. Una costumbre ante la novedad que los posadeños no lograron erradicar.
Pero muy pronto los olvidaron y cuando la ayuda internacional terminó, un par de años después que llegaron y cuando el idioma aún les era hostil, quedaron marginados. Salieron a vender ropa y organizaron huertas, hicieron reflexología, trataron de insertarse desde el trabajo… pero los rasgos orientales marcaban la diferencia.
Con paciencia, tolerancia, persistencia: con resignación, con la fría postura que sólo una guerra puede forjar en un ser humano, los laosianos se sobrepusieron una vez más a la hostilidad y haciendo caso omiso a los comentarios cotidianos, lograron un espacio dentro de la ciudad. E insertaron a sus hijos en las escuelas, niños y jóvenes que tuvieron que callar antes las burlas de sus pares.

Sonríen, a pesar de todo

La segunda parte de esta historia, tan real como la primera, cuenta que hoy están arraigados y que un cuarto de siglo después, no quieren volver, al contrario de los que opinaron durante veinte años. Los más jóvenes, hayan nacido acá o allá, están seguros que la Argentina les pertenece, con sus males y sus bonanzas.
Los mayores sonríen cuando se les pregunta si volverían a Laos y antes de responder, miran a sus hijos que comparten la tarde con sus amigos criollos, bajo la sombra de un mango, tereré en mano, y en media lengua reflexionan: “es que los hijos están acá, ya son de acá”. Decidieron quedarse.
Sol Claribel nació el 15 de febrero, hace dos semanas. Es la pequeña hija de Nikho Prommavongsa (de 27 años), un joven que nació en Laos y llegó a la Argentina con sólo dos años. “Soy argentino, no me quiero ir de acá”, asegura mientras ayuda a su esposa -Sonia Ramírez, una posadeña criolla-, en los menesteres del bebé recién nacido.
Están reunidos con amigos, Alinda Prommavongsa y Rubén Soubandith, ambos descendientes de laosianos pero nacidos ya en la tierra colorada. El tereré de jugo circula entre las manos mientras van contando, dispuestos, sus vivencias de jóvenes y adolescentes, donde las burlas de los compañeros de escuela eran lo más difícil de sortear. Hoy se ríen de esa situación sin lamentos, porque lograron amigos que no saben de diferencias raciales ni culturales.

Monjes en la tierra colorada
La religión oficial de los laosianos es el budismo, una expresión religiosa, artística y social que tiene más de 2500 años, originada en el norte de la India, donde nació el Buda, el que logró alcanzar un estado de ver perfectamente la naturaleza de las cosas, es decir, la iluminación.
Los monjes de Misiones, los religiosos que viven en la entrada de la colonia laosiana, abrieron las puertas del templo a El Territorio pero hablaron de sus experiencias de guerra y de refugiados.
Somporn Parmusakarn llegó a la Argentina con 27 años, allá por 1979. Es uno de los tres monjes que están en Posadas y aseguró que acá está su lugar. Volvería a Laos “sólo de visita”, pero no se imagina viviendo fuera de este país que lo cobijó hace tanto tiempo. Sabe de las penurias de la guerra y del sufrimiento de los refugiados. Pero acá está su vida, aseguró a lo largo de la charla.
Daring Sonesackda está comenzando la vida religiosa; vino a la tierra colorada con cinco años y se crió acá. “Soy de acá”, responderá varias veces a lo largo de la entrevista, reafirmando su pertenencia al mundo occidental, con el idioma y las costumbres del medio oriente, que también le es propio.
Daring y Somporn están dedicados al budismo; son los monjes de una religión que recuperaron hace apenas unos cinco años con la construcción del templo, un lugar al que entran descalzos para desprenderse de las penurias del cuerpo y profundizar la visión integral sobre la naturaleza de las cosas.
Será el momento, quizás, en el que reflexionarán sobre la situación que los obligó a partir, de allá, de tan lejos; y sobre la realidad que los obligó a quedarse, acá, tan cerca.
Los laosianos que vinieron y los que nacieron acá tuvieron una vida difícil, pero sonríen, a pesar de todo.