Corrientes tiene payé
Brillo y embrujo eterno de los Esteros del Iberá, el humedal que alberga leyendas centenarias en una de las áreas biológicas más destacadas del país.
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Colonia Carlos Pellegrini, Corrientes. Bien bajita sonaba la música en una de estas calles de arena, "... donde la noche poriajú no tiene penas, porque se enciende un chamamé en cada estrella, Pueblero de Allá Ité...", desde un ranchito de barro, prolijo, pintado de blanco con cal.
La Colonia Carlos Pellegrini, acá en el medio de la provincia de Corrientes, rodeada de esteros y lagunas es un pintoresco poblado de gente tranquila, niños jugando en las calles y vecinos de a caballos, donde el saludo no se le niega a nadie, cabeceo mediante y con un arrastrado "bien, gracias a Dios. Y ´usté´?", como respuesta inmediata.
La mayoría de estas calles de arena terminan en la laguna Iberá, la segunda en extensión del humedal, donde viven también las especies en vías de extinción, como el perseguido aguará guazú (del guaraní: zorro grande), el venado de las pampas, el ciervo de los pantanos y el lobito de río (los cuatro, monumentos naturales provinciales), junto a infinidades de yacarés y tortugas; cigüeñas, garzas, caraos, gallaretas, patos; una avifauna de unas 300 especies en la que resalta el chajá y aguas adentro, tarariras, dorados, sábalos, bogas, rayas y el roedor más grande del mundo: el carpincho o capibara.
Los Esteros del Iberá y la Reserva Natural el Iberá, un amplio predio de entre trece mil y quince mil kilómetros cuadrados ocupa casi el quince por ciento de la superficie correntina. Es una de las áreas biológicas más importantes del país, donde posan sus ojos también varios científicos de todo el mundo, interesados en su riquísima biodiversidad que hoy convive en armonía con el ser humano.
Desde 1983, el área está protegida por una ley provincial, que creó la Reserva Natural sobre esta depresión geológica que más de un millón de hectáreas, que forma el enorme sistema de humedales con distintas variedad de especies vegetales y animales que cruza en diagonal a la provincia.
Este lugar único como refugio de vida silvestre es una de las reservas de agua dulce más importante del continente. En tamaño, los Esteros del Iberá son el segundo humedal de Sudamérica y uno de los más importantes del mundo; a su vez, es el área protegida más grande de la Argentina. Acá, la laguna Iberá es el epicentro de la Reserva.
La argentina criolla
Pan casero hecho con grasa, chipas de almidón de mandioca, mbaipï o kibebe, carne asada con cuero y a la estaca y una variedad de ensaladas con productos de la región son algunas de las ofertas para un almuerzo o cena a orillas de la laguna. Hombres y mujeres de todas las edades, en alpargatas azules y bombachas de campo son los encargados de rescatar la historia de la región, de servir la mesa y de responder a cada pregunta mientras el visitante curioso se deja llevar por el misterio que tiene este lugar, el embrujo natural del famoso "payé", que toma formas en las misteriosas siesta o en las inigualables noches de luna.
Hombres de campo, de hablar sencillo y disposición para el trabajo, los habitantes de la región van mostrando el último pantallazo de la argentina gauchesca, orgullosa de sus raíces matizada con cientos de palabras de la cultura guaraní, la voz casi oficial dentro de los esteros.
Las leyendas y misterio de la cultura guaraní predominan en estas tierras. Acá hay una energía especial que se extiende por estos campos y se cruza, cada tanto, con la fuerte raigambre católica cuya práctica termina en atractivo. Las capillas sencillas pero bien regionales demuestran la fe que profesa una población creyente, que se hace lugar también para sus guías y santos populares, que hablan el mismo idioma, como el Gauchito Gil o San la Muerte, entre tantos otros.
De los esteros, donde las leyendas toman forma y se reproducen en relatos que se pasan de padres a hijos, casi siempre en las fiestas familiares, saben que nacen cerca de la localidad de Ituzaingó, en proximidades de la ruta nacional 12 y que atraviesa en forma transversal, hacia el sureste, para desaguar a través del río Corriente.
Antes, un verdadero laberinto de riachos, lagunas, esteros y embalsados forman esta inmensa planicie verde donde las aguas siempre brillan. Quizás por eso tomó su nombre en guaraní: Iberá, aguas que brillan.
Este paraíso fue, por años, un lugar de caza furtiva de animales silvestres para vender sus pieles: así lograron acabar ya con el yaguareté, del que no quedan siquiera sus huesos, y presionaron sobre las poblaciones de lobitos de río, nutrias, carpinchos, yacarés y boas, que de casualidad lograron sobrevivir.
La mayoría de esos cazadores fueron convertido en guardafaunas, después de un intenso trabajo de reeducación y son ellos, hoy, los encargados de velar por la continuidad de los habitantes de este santuario natural.
Flotar en el paraíso
Máximo apagó el motor del bote y con la ayuda de un flotador, una larga tacuara, comenzó a movilizar con maestría a la embarcación, entre las plantas flotantes donde se destaca la flor del irupé. El silencio está ocupado en esta laguna sin orilla por el canto de cientos de aves que juegan entre los camalotes y las islas flotantes -embalsados- que van enmarañando este ya complicado laberinto; el sol pega de costado y resalta los miles de colores que se conjugan en medio de la laguna, justo cuando aparece a la vista de un grupo de turistas -que ni siquiera respira-, una ciervita de los pantanos que se deja fotografiar de frente, a menos de diez metros de la embarcación, mientras también observa con curiosidad a quienes la miran, excitados.
Después de un par de minutos que se mantuvo firme, expectante, demostró su confianza en las personas y les dio la espalda, para seguir pastando. "Es una hembrita joven...", explicó Máximo, el lanchero, antes de indicar hacia un costado, con el dedo extendido, señalando a un enorme yacaré que tomaba sol sin molestarse por la presencia de una cría de carpincho que olfateaba el aire con un pájaro posado sobre el lomo. Este es "el mejor ejemplo de convivencia que se puede dar acá", disparó el lugareño, desbordado de orgullo en medio de su querido Iberá.
Corrientes tiene payé
Durante la cena, en cualquiera de las posadas de la Colonia Carlos Pellegrini, la sobremesa será el momento para repasar las anécdotas y las impresiones de de una tarde increíble, donde la puesta de sol impactante aún brilla en la retina. En los breves silencios, el chamamecito siempre suena bajito "... nunca vayas a olvidar, que un día a este cantor, le has dicho llena de amor, sin ti no me podré hallar. Por eso quiero saber, si existe en tu pensamiento aquel puro sentimiento que me supiste tener...".
Y en la quietud de la noche, los relatos sobre los personajes de las leyendas de la zona se confunden con historias verdaderas, porque depende de quien las cuente, los fenómenos extraños, las luces misteriosas y lejanas y la presencia invisible de alguien que respira a tu lado son moneda corriente, y ellos, los protagonistas indiscutidos.
El folclore de la región supera a la música y los santos profanos están acá para proteger a quien se quiera encomendar a sus cuidados o conocer sus increíbles historias que siempre terminan recordando al Gauchito o a Santa Liberada, la que ampara a los prófugos de la justicia, sin muchas preguntas.
En la inmensidad de la noche, es probable que el pombero ronde las casas de paredes de barro, buscando caña y tabaco que los lugareños le dejan como muestra de cortesía y convivencia, y como trueque de protección. A pocos metros, acá cerquita, donde el agua brilla ahora por el reflejo de la luna como brilló durante el día por el reflejo de sol, hay islas que se mueven en forma constante empujadas por el viento, acá en el medio de la provincia, donde también crece el espinillo, un árbol de flores muy perfumadas, todo sobre un antiguo cauce y el lecho del río Paraná, hoy convertidos en una eficiente represa natural reguladora de agua.
Al cruzar el patio, del comedor a los cuartos, un lugareños silva y tararea el último chamamé de la jornada, el que define a este lugar... "... que lo digan los fantasmas, que el paisano llama infiel: el mboi tatá y el pombero, y aquel yasí yateré, cuyo silbo legendario, pareciéranos traer, un eco añejo que dice: ¡Corrientes tiene payé!".
Los humedales Los humedales comprenden a una extensa variedad de ambientes donde el agua es el elemento común pero además, es el que determina la estructura y la función de la biodiversidad que habita en el lugar. Esos complejos sistemas reciben agua de distintas manera pero en el Iberá, sólo son de las lluvias, ya que el agua subterránea ni ríos ni arroyos desaguan en sus lagunas. El Iberá se regula sólo, liberando agua a través del río Corriente. Según los especialistas, "los humedales sustentan una importante diversidad biológica y en muchos casos constituyen hábitat críticos para especies que se encuentran amenazadas de extinción. Así mismo, dada su alta productividad, pueden albergar poblaciones de animales muy numerosas. Muchas especies están asociadas a los humedales ya sea en una etapa de su ciclo de vida, para nidificar, descansar o alimentarse", explica el técnico en Gestión Ambiental, Cristian Frers. Las lagunas más importantes del sistema del Iberá son siete: Luna, con una superficie de 78 kilómetros cuadrados; Iberá, de 53 km2; Fernández, de 39,5 km2; Trim, de 21,4 km2; Disparo, de 18 km2; Medina, de 17,1 km2 y Galarza, de 15,5 km2.
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