La vida desde arriba de un camión
Walter Beco Montalto recorre gran parte del país
Por Fernando Alvarenga
Divertido, inquieto y trabajador. Beco Montalto recorre las rutas del país para cumplir con una tarea que realiza la mayor parte del año: la del camionero.
La vida de un camionero no se cuenta, se vive, respondió Walter Montalto, (Beco para sus amigos, de lente en la fotografía que ilustra esta nota), cuando le propusieron una entrevista sobre sus experiencias arriba de un camión. Así que para conocer algunos detalles de su vida y ver cómo las vive, el periodista de Contexto se transformó en camionero y recorrió medio país durante cuatro días intensos, llenos de vivencias y situaciones desconocidas.
Diario de viaje. Sabía que me esperaban al menos cuatro días viajando para poder contar qué se siente, así que convenimos un lugar, Córdoba, y una tarea: descargar, cargar y volver a descargar.
El miércoles 18 de agosto, Beco llegó a Córdoba desde Santa Cruz, con varias toneladas de sal encima que descargaría en un depósito. Antes me invitó a subir, pero me exigió que me quitara las zapatillas. Pensé que era broma, pero cuando estuve arriba entendí que no. El camión estaba equipado hasta la maceta. Tenía una manguerita de aire para limpiar el polvo, viajaba descalzo para no ensuciar, no se podía fumar. Todo brillaba.
La cabina estaba equipada con un televisor de ocho pulgadas para captar los canales de aire, y un pasacassete con dos triaxiales que empujaban los clásicos de los ´80. Otro entretenimiento con el que contaba era un celular nuevo, que no paraba de indicar que recibía un mensaje tras otro.
Fuimos al depósito a descargar la sal y vivimos el primer problema: el dueño le devolvió una parte porque supuestamente había pedido menos. Con la sal sobrante partimos hacia el sur. Descargamos harina en los molinos de Laboulaye, al sur de la provincia de Córdoba, y en el camino lo esperaba parte del Convoy denominación que se le da a un grupo mayor a tres unidades-. Se trataba del camionero Mario Werteporoj, quien nos acompañó durante los cuatro días de aventuras.
El viaje fue ligero ya que ambos camiones estaban descargados y, a través de los mensajes de textos que permiten los teléfonos celulares, arreglaron el asado con la tercera parte del convoy que llegaría a Laboulaye más tarde, cuando el asado estaría listo.
El descanso
Llegamos alrededor de las 10 de la noche, compramos un poco de carne, lechuga y nos acercamos al semi de Mario, donde tenía escondida una cocina. Prendió el horno, condimentó la carne, abrió un vino patero y cocinó a fuego lento mientras esperaba al Japones que cenaría con nosotros.
-Esto es un campamento ambulante- dijeron acá nos cocinamos, nos bañamos en las estaciones de servicio, siempre hay que tener harina, aceite y sal para no morirse de hambre si se rompe el camión en la intemperie... siempre es así.
Llegó el Japonés así lo conocen, así se presentó- y comenzó la cena. Era la 1 de la mañana y todos estaban cansados; a las siete debían pedir turno para cargar.
Miramos una película empezada en canal 13, que era la única señal que se sintonizaba en esa zona y nos acostamos dentro del camión. Beco en la cama que tiene la cabina y el periodista de esta historia, en el piso, esquivando los asientos y la palanca de cambio.
Los horarios de carga de Mario y Beco coincidieron la tarde del jueves, así que el grupo partió, abandonando al Japonés. Y se rompió el convoy.
Iniciamos el regreso a la noche, con la idea de llegar a Rosario pero un desperfecto en el embrague del camión nos detuvo. Mario regresó y con su experiencia de varios años en el transporte, solucionó el problema. Esa vez dormimos en una estación de servicios.
Un nuevo día
Al día siguiente, después del mate, partimos con deseos de llegar a Rosario y comprar unos repuestos. Beco dijo en ese momento que siempre hay que tener un alambre, un pedazo de cable. Esta vez nos acompaña Mario, pero suelo viajar solo. Mi ruta está en el sur, tengo cuatro días de viaje a Santa Cruz, y el viaje allí es muy aburrido, porque hay rectas, desiertos. Yo me veo obligado a hablarle al camión. Le felicito si anda bien, le pido por favor que no me deje en banda, pongo acelerador de mano y levanto las piernas; si me estoy durmiendo, paro un rato, duermo y sigo, pero así es la vida del transportista. Mientras viajo hago proyectos, como en que invertir la ganancia, si formar una familia o no porque tengo 32 años y con esta vida de viajero no tengo mucho tiempo para emprender algo. Pero cuando termino cualquier viaje me olvido de todos los proyectos y vuelvo a empezar.
Cruzamos Rosario cerca del mediodía y en plena ruta paramos a almorzar en una parrilla exclusiva para camioneros. Nos atiende una mujer de edad y nos dice que para comer tienen de todo: voy al baño que está en el patio, donde tiene cinco o seis perros flacos y feos que ni se mueven. El baño no tenía luz... ni cadena. Era un pozo grande y bastante ciego.
Resultó que el menú era reducido, y estábamos solo nosotros. Comimos milanesas fritas con aceite similar al de los camiones y ensalada. Pagamos 30 pesos y nos retiramos. Para mi fue poco habitual, pero ellos están acostumbrados a que el campamento ambulante suele ser mejor que los paradores ocasionales.
Seguimos el viaje y cuando llegamos a un control de la Policía de Tránsito de Santa Fe, donde uno de ellos nos detiene y nos pregunta si sobró algo. Beco, para este tipo de eventos, tiene monedas preparadas que las entrega , antes de seguir con el viaje.
El 80 por ciento de los milicos no hacen lo que se les enseña en la escuela de Policía. Ellos solo quieren una coima, no les importa el contenido de la carga, si andan bien los frenos, si los papeles están en orden. Sólo quieren una coima. Y uno, a veces, observa los chicos en la calle pidiendo dinero y dan ganas de decirle ¡Andá a laburar! y estoy milicos tienen sueldo fijo e igual piden plata. En los 3200 kilómetros que tengo de ida, de cuatro controles, tres piden coima. Sin embargo la gendarmería es mucho más seria.
Lento regreso
El viaje continuó hasta Santo Tomé, Corrientes, donde paramos a descansar, con ganas de llegar el sábado temprano a Puerto Rico. Al otro día, la lluvia sometía fuerte y avanzábamos a una marcha muy baja. Ahí Beco explicó las diferencias climáticas que se sufren.
Si la carpa del camión está mal, la lluvia puede mojar la carga y arruinarla: eso es responsabilidad del transportista. En el camino, de acuerdo al lugar y la época del año, se pueden vivir grandes nevadas en el sur, donde incluso ni con cadenas se puede avanzar, y para poder dormir se deben utilizar al menos dos garrafas de gas para combatir el frío.
Por otro lado, en el Norte, en la zona de Jujuy, los calores son infernales (¿más que los de Misiones?).
En la soledad, cuando se acerca las seis de la tarde y veo los ranchos, las casas en invierno con las chimeneas prendidas, me dan ganas de estar en mi casa, con mi gente, descansando, pero se que tengo que seguir, todavía no me toca esa comodidad.
El sábado a las doce del mediodía llegamos a Misiones; recién el lunes había que dejar la harina en Iguazú, así que teníamos el fin de semana para pasar en nuestros hogares. Mario se despidió de nosotros en el control de peaje de Santa Ana, donde sacamos la foto. Nosotros avanzamos hasta Jardín América, donde vive Beco. Me despedí y en ómnibus legué a Puerto Rico. Beco me había ofrecido que lo acompañara a Iguazú para descargar y finalizar el recorrido. No acepté la oferta, puesto que para contar la historia ya había vivido bastante.
Por Fernando Alvarenga
Divertido, inquieto y trabajador. Beco Montalto recorre las rutas del país para cumplir con una tarea que realiza la mayor parte del año: la del camionero.
La vida de un camionero no se cuenta, se vive, respondió Walter Montalto, (Beco para sus amigos, de lente en la fotografía que ilustra esta nota), cuando le propusieron una entrevista sobre sus experiencias arriba de un camión. Así que para conocer algunos detalles de su vida y ver cómo las vive, el periodista de Contexto se transformó en camionero y recorrió medio país durante cuatro días intensos, llenos de vivencias y situaciones desconocidas.
Diario de viaje. Sabía que me esperaban al menos cuatro días viajando para poder contar qué se siente, así que convenimos un lugar, Córdoba, y una tarea: descargar, cargar y volver a descargar.
El miércoles 18 de agosto, Beco llegó a Córdoba desde Santa Cruz, con varias toneladas de sal encima que descargaría en un depósito. Antes me invitó a subir, pero me exigió que me quitara las zapatillas. Pensé que era broma, pero cuando estuve arriba entendí que no. El camión estaba equipado hasta la maceta. Tenía una manguerita de aire para limpiar el polvo, viajaba descalzo para no ensuciar, no se podía fumar. Todo brillaba.
La cabina estaba equipada con un televisor de ocho pulgadas para captar los canales de aire, y un pasacassete con dos triaxiales que empujaban los clásicos de los ´80. Otro entretenimiento con el que contaba era un celular nuevo, que no paraba de indicar que recibía un mensaje tras otro.
Fuimos al depósito a descargar la sal y vivimos el primer problema: el dueño le devolvió una parte porque supuestamente había pedido menos. Con la sal sobrante partimos hacia el sur. Descargamos harina en los molinos de Laboulaye, al sur de la provincia de Córdoba, y en el camino lo esperaba parte del Convoy denominación que se le da a un grupo mayor a tres unidades-. Se trataba del camionero Mario Werteporoj, quien nos acompañó durante los cuatro días de aventuras.
El viaje fue ligero ya que ambos camiones estaban descargados y, a través de los mensajes de textos que permiten los teléfonos celulares, arreglaron el asado con la tercera parte del convoy que llegaría a Laboulaye más tarde, cuando el asado estaría listo.
El descanso
Llegamos alrededor de las 10 de la noche, compramos un poco de carne, lechuga y nos acercamos al semi de Mario, donde tenía escondida una cocina. Prendió el horno, condimentó la carne, abrió un vino patero y cocinó a fuego lento mientras esperaba al Japones que cenaría con nosotros.
-Esto es un campamento ambulante- dijeron acá nos cocinamos, nos bañamos en las estaciones de servicio, siempre hay que tener harina, aceite y sal para no morirse de hambre si se rompe el camión en la intemperie... siempre es así.
Llegó el Japonés así lo conocen, así se presentó- y comenzó la cena. Era la 1 de la mañana y todos estaban cansados; a las siete debían pedir turno para cargar.
Miramos una película empezada en canal 13, que era la única señal que se sintonizaba en esa zona y nos acostamos dentro del camión. Beco en la cama que tiene la cabina y el periodista de esta historia, en el piso, esquivando los asientos y la palanca de cambio.
Los horarios de carga de Mario y Beco coincidieron la tarde del jueves, así que el grupo partió, abandonando al Japonés. Y se rompió el convoy.
Iniciamos el regreso a la noche, con la idea de llegar a Rosario pero un desperfecto en el embrague del camión nos detuvo. Mario regresó y con su experiencia de varios años en el transporte, solucionó el problema. Esa vez dormimos en una estación de servicios.
Un nuevo día
Al día siguiente, después del mate, partimos con deseos de llegar a Rosario y comprar unos repuestos. Beco dijo en ese momento que siempre hay que tener un alambre, un pedazo de cable. Esta vez nos acompaña Mario, pero suelo viajar solo. Mi ruta está en el sur, tengo cuatro días de viaje a Santa Cruz, y el viaje allí es muy aburrido, porque hay rectas, desiertos. Yo me veo obligado a hablarle al camión. Le felicito si anda bien, le pido por favor que no me deje en banda, pongo acelerador de mano y levanto las piernas; si me estoy durmiendo, paro un rato, duermo y sigo, pero así es la vida del transportista. Mientras viajo hago proyectos, como en que invertir la ganancia, si formar una familia o no porque tengo 32 años y con esta vida de viajero no tengo mucho tiempo para emprender algo. Pero cuando termino cualquier viaje me olvido de todos los proyectos y vuelvo a empezar.
Cruzamos Rosario cerca del mediodía y en plena ruta paramos a almorzar en una parrilla exclusiva para camioneros. Nos atiende una mujer de edad y nos dice que para comer tienen de todo: voy al baño que está en el patio, donde tiene cinco o seis perros flacos y feos que ni se mueven. El baño no tenía luz... ni cadena. Era un pozo grande y bastante ciego.
Resultó que el menú era reducido, y estábamos solo nosotros. Comimos milanesas fritas con aceite similar al de los camiones y ensalada. Pagamos 30 pesos y nos retiramos. Para mi fue poco habitual, pero ellos están acostumbrados a que el campamento ambulante suele ser mejor que los paradores ocasionales.
Seguimos el viaje y cuando llegamos a un control de la Policía de Tránsito de Santa Fe, donde uno de ellos nos detiene y nos pregunta si sobró algo. Beco, para este tipo de eventos, tiene monedas preparadas que las entrega , antes de seguir con el viaje.
El 80 por ciento de los milicos no hacen lo que se les enseña en la escuela de Policía. Ellos solo quieren una coima, no les importa el contenido de la carga, si andan bien los frenos, si los papeles están en orden. Sólo quieren una coima. Y uno, a veces, observa los chicos en la calle pidiendo dinero y dan ganas de decirle ¡Andá a laburar! y estoy milicos tienen sueldo fijo e igual piden plata. En los 3200 kilómetros que tengo de ida, de cuatro controles, tres piden coima. Sin embargo la gendarmería es mucho más seria.
Lento regreso
El viaje continuó hasta Santo Tomé, Corrientes, donde paramos a descansar, con ganas de llegar el sábado temprano a Puerto Rico. Al otro día, la lluvia sometía fuerte y avanzábamos a una marcha muy baja. Ahí Beco explicó las diferencias climáticas que se sufren.
Si la carpa del camión está mal, la lluvia puede mojar la carga y arruinarla: eso es responsabilidad del transportista. En el camino, de acuerdo al lugar y la época del año, se pueden vivir grandes nevadas en el sur, donde incluso ni con cadenas se puede avanzar, y para poder dormir se deben utilizar al menos dos garrafas de gas para combatir el frío.
Por otro lado, en el Norte, en la zona de Jujuy, los calores son infernales (¿más que los de Misiones?).
En la soledad, cuando se acerca las seis de la tarde y veo los ranchos, las casas en invierno con las chimeneas prendidas, me dan ganas de estar en mi casa, con mi gente, descansando, pero se que tengo que seguir, todavía no me toca esa comodidad.
El sábado a las doce del mediodía llegamos a Misiones; recién el lunes había que dejar la harina en Iguazú, así que teníamos el fin de semana para pasar en nuestros hogares. Mario se despidió de nosotros en el control de peaje de Santa Ana, donde sacamos la foto. Nosotros avanzamos hasta Jardín América, donde vive Beco. Me despedí y en ómnibus legué a Puerto Rico. Beco me había ofrecido que lo acompañara a Iguazú para descargar y finalizar el recorrido. No acepté la oferta, puesto que para contar la historia ya había vivido bastante.
4 comentarios
jose -
patricia -
Douglas Fernandes (Brasil) -
RAUL VERA -