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Revista Contexto

El desafío de cuidar el patrimonio verde

El desafío de cuidar el patrimonio verde Guardaparques en la selva paranaense

Pasan sus mejores años comprometidos con un trabajo arduo, peligroso y solitario, lejos de todo. Patrullan el monte en inferioridad de condiciones, buscando ilícitos. Ahí están, como parte del paisaje de Misiones.

PARQUE PROVINCIAL MOCONÁ. En la inmensidad de la selva el cielo nocturno se ve diferente al de las ciudades. Pareciera que las estrellas tienen un brillo especial, más reluciente, sobre esta increíble mata verde que alberga una de las biodiversidades más complejas del planeta: la Reserva de Biosfera Yabotí donde está emplazado el Parque Provincial Moconá, acá, en Misiones.
Durante una semana El Territorio compartió los días y las noches en este lugar, con los pocos habitantes registrados en varios kilómetros a la redonda: un solo guardaparques en Moconá; un joven cuidador, Ariel, a cargo del refugio turístico ubicado a unos ocho kilómetros y de ahí, a unos cuatro o cinco kilómetros más, que en la selva parecieran duplicarse o triplicarse, el destacamento Pepirí Miní de la Gendarmería Nacional, con otras seis personas en el lugar.
La Reserva de Biosfera Yabotí cuenta con más de 253 mil hectáreas de selva paranaense, ubicadas en la margen oeste del fabuloso río Uruguay, frente a otras 17.500 hectáreas que conforman la única reserva brasileña de monte nativo: el Parque Estadual do Turvo. De ste lado, el Parque Provincial Moconá aporta sus mil hectáreas a la biosfera, una zona donde la caza y la pesca, a pesar de las prohibiciones vigente, son moneda corriente y el desmonte de los gigantes de la selva, una práctica constante.

La recorrida
La patrulla partió temprano sobre un bote que remontó el río, desde antes de los saltos. El guardaparques Oscar Kuri y los gendarmes Miguel Kern y Francisco Garcete salieron a buscar ilícitos, por el Uruguay y el Pepirí Guazú,varios kilómetros arriba, hasta que una corredera infranqueable hizo de barrera natural. La zona, del lado argentino, es selva impenetrable aunque existen trillos de cazadores y algunos caminos de obrajes olvidados. Del lado brasileño, innumerables casitas de madera y algunos galpones productivos se van visualizando en medio de lo poco que queda de monte, acá donde el Pepirí Guazú es un río de frontera, impenetrable desde el lado argentino, mientras una carretera, del otro lado, corre a través de los campos donde antes hubo monte.
A pesar de las prohibiciones, la caza y la pesca son prácticas habituales que los guardaparques y gendarmes salen a combatir: redes, espineles, trillos, armas, restos de improvisados campamentos, batería de cocina de campaña, botes precarios y hasta basura dan testimonio de la situación, en una zona donde los recursos de las fuerzas nunca alcanzan siquiera para las tareas mínimas, contrarrestadas por el ingenio y el compromiso de aquellos que eligieron esta vida, lejos de todo, en medio de la misteriosa y enigmática selva que, según la tradición, alberga también a los personajes de los mitos y leyendas que según el montaraz, “existen de verdad”.

La vida
La selva es impresionante. Aún estos hombres que pasan la mayor parte de su vida rodeado o dentro de ella, se toman un minuto para mirarla, varias veces al día, como una ceremonia o diálogo personal, privado, imposible de adivinar. Esa mata alberga unas dos mil especies vegetales de las cuales, más de doscientas son arborescentes y unas mil especies de animales vertebrados, entre las que se destacan más de 500 especies de aves y unos cien de mamíferos, además del incalculable número de insectos y artrópodos que aún quedan sin clasificar.
La patrulla de guardaparque y gendarmes incluyó dos salidas: por agua, río arriba, donde persiguieron a dos probables cazadores que lograron escapar en medio de la maleza, y dos días después, por tierra, donde incautaron material de pesca y de campamento, y una enorme cantidad de kilos de peces que fueron donados a una aldea guaraní de la zona.
Transpirados, recubiertos de tierra y con los pies colorados por el esfuerzo, a pesar de la rutina, vuelven a la casa un rato antes que el sol comience a esconderse.
Hay mucha paz en Moconá. La radio del auto toca un chamamé mal sintonizado de una emisora de El Soberbio, ubicada a unos 80 kilómetros, de los cuales, 50 son de tierra, difíciles, con trepadas furiosas y bajadones intensos.
Cuando el sol comienza a despedirse, la ceremonia diaria de los guardaparques se vuelve rutina: "Atención, Cruce (Caballero, otro parque) para Moconá Moconá Moconáááá…": es la radio que los intercomunica todos los días, ubicada al lado de una foto de Horacio Foerster (el guardaparque que perdió la vida en servicio en Moconá), la radio que trae y lleva noticias, las que muchas veces le permite escuchar la única voz humana que suena en varios días y que a la vez, hace saber que están bien, de pie para otra jornada intensa y de protección de este paraíso que los misioneros tienen el privilegio de custodiar para el mundo, en un lugar donde hoy y mañana es exactamente igual al día en que se escribió este artículo.

Antecedentes y particularidades
En el año 1967, Juan Alberto Harriet y León Laharrague donaron estas 999 hectáreas a la provincia, frente a los saltos del Moconá, pero recién el 4 de julio de 1988 crearon, de manera oficial, el Parque Provincial Moconá (del guaraní: “el que todo lo traga").
El 1 de diciembre de 1993 declararon al tramo del río Uruguay comprendido entre las desembocaduras de los arroyos Yabotí y Pepirí Guazú, donde están los saltos, como Monumento Natural Nacional.
Tanto la biosfera Yabotí como el parque Moconá son áreas amenazadas por la desaprensión del hombre: albergan especies endémicas de la flora y fauna, como la Dyckia brevifolia (vegetal), que crece sólo en las márgenes rocosas de los rápidos del arroyo Yabotí y del río Uruguay (y en Centroamérica); y de especies animales como el yaguareté, la harpía, el carpintero cara canela, la yacutinga y el tapir que están en estado crítico de conservación mundial.
En el Parque también hay restos de la arqueológía guaraní, también con el riesgo de desaparecer, ubicadas a orillas del río, en terrenos inundables.
Frente a la casa del Parque el gran playón de una pista de aterrizaje que no fue se va regenerando, con pastizales y especies nativas que implantaron para tratar de recuperar el paisaje. Detrás, el imponente paredón verde de selva se deja observar, e impresiona, mientras el mate pasa de mano en mano entre los que descansan en el pequeño hall de la casa de los guardaparques"

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